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Ánxel Vence

No hay gallegos en Marte

El feliz amartizaje del robot Perseverance ha servido para demostrar, de entrada, que no hay gallegos en Marte. Probablemente, ni siquiera haya marcianos por allí; pero esa es ya otra historia de mucho menor interés.

Junto a los irlandeses, que tuvieron el buen criterio de viajar a Nueva York en vez de a Caracas o a Buenos Aires, los gallegos son el pueblo emigrante por naturaleza. Excluyendo, naturalmente, a los judíos, caso aparte y excepcional por su propia naturaleza bíblica.

Empujados por el exceso de población y la falta de recursos, los naturales de Galicia emigraron en cifras que aun hoy podrían parecer asombrosas. Suman un millón o por ahí los gallegos que durante el último siglo dejaron su país para buscarse la vida por esos mundos, lo que equivale a más de un tercio de la actual población del viejo Reino de Breogán.

Tan dilatado éxodo tuvo el efecto de convertir a los galaicos en gente universal. Allá donde fueran, lo primero que hacían era crear un Centro Gallego -o de Ponteareas, o de Lalín- donde se mantenía la añoranza de la patria forzosamente abandonada. Eran como embajadas de Galicia en las que el pulpo y el cocido seguían manteniendo la vinculación gastronómica con la tierra madre.

Podría decirse que Galicia es, literalmente, un mundo que se extiende por los cinco continentes hasta el punto de abarcar desde un bar de Sídney hasta un Centro Gallego en la remota Patagonia austral.

A eso convendría añadir todavía que los gallegos han sido desde siempre gente de mar y de aventura migratoria, hasta el punto de que algún investigador especulase con la posibilidad de que ellos y los noruegos le madrugaron a Colón el descubrimiento de América. Aunque, por su natural discreción, no alardeasen del hallazgo.

Será esa la razón por la que un grupo musical asturiano -Zapato Veloz- declaró años atrás la existencia de, al menos, un gallego en la Luna. El paisano habría llegado allí desde Ferrol para “calentar a las marcianas” (se referían a las lunáticas) y con el propósito un tanto excesivo de animarlas a “votar a Fraga”, que entonces reinaba en Galicia.

Se quedaron cortos, sin duda. La Luna está demasiado cerca para la vieja vocación transoceánica y acaso astronáutica de los gallegos, a quienes hay que imaginar más bien en Marte e incluso en Júpiter, donde la sonda Juno no ha encontrado, por el momento, rastro alguno de su presencia. Tampoco se sabe si el astronauta Neil Armstrong volvió de la Luna fumando rubio de batea, además de desarrollar una inexplicable afición a las nécoras. Habrá que esperar a que la desclasificación de los archivos de la NASA arroje luz sobre el asunto.

Por desdicha, los sofisticados sistemas de grabación de la Perseverance no han detectado hasta ahora la existencia de gaitero alguno sobre la superficie marciana; pero es que aún acaba de amartizar y no conviene que descartemos posteriores hallazgos.

Después de todo, ya anduvo por esas galaxias de Dios un astronauta de apellido Caldeiro con antepasados en la lucense Samos: y no es cosa de que nos desalentemos por los primeros y acaso incompletos informes del artefacto que los americanos han enviado a Marte. Ya se sabe que en cualquier parte hay un gallego.

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