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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Talleres y talleres

Imagen de una televisión antigua.

Mi abuelo era carpintero. Visitar su taller, en el corazón del casco antiguo, justo en el lugar donde tras su jubilación se levantó la Casa de Cultura de la ciudad, era un ritual precioso. Me gustaba el olor que desprende la madera y lo que era capaz de hacer con sus manos, pura artesanía.

Crecí en casa de mis abuelos maternos, por una sencilla razón. Cuando nací, mi abuelo compró un televisor, electrodoméstico inexistente en el piso de abajo, el de mis padres. Los recuerdos de mi infancia no pueden ser más felices. Mi abuelo me adoraba. Nació con el siglo, y falleció en 1988. Tras su jubilación, yo le visitaba por las tardes en el ‘carteado’ del Círculo Agrícola donde echaba la partida con los amigos. Siempre me daba algo para un tebeo de Bruguera.

Quién me iba a decir que una década después de faltar él, por una cuestión de supervivencia, mi modus vivendi consistiría en impartir Talleres de Crítica Audiovisual de diversa índole en media España. Siempre me produjo mucho respeto esa palabra. ¿Cómo se podía llamar lo mío ‘taller’, si yo no me manchaba las manos, cuando mi abuelo había llegado a cortarse algún dedo con la sierra eléctrica? Él, que lo mismo hacía atriles para la Banda Municipal, bancos para las iglesias que dormitorios para soñar, sí sabía de talleres.

Paradojas de la vida, un par de décadas después me encuentro con que, a mi manera, defensor como soy de la enseñanza presencial, del cara a cara, también percibo cómo mis talleres cuerpo a cuerpo, aquellos en los que sudaba la camiseta por la vehemencia, dejándome la piel, han caído en la obsolescencia. El formato online ha llegado para quedarse. Y empiezo sentirme como mi abuelo. Una reliquia.

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