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Ánxel Vence

La monarquía es más divertida

¿Monarquía o república?, se pregunta la gente que aún tiene tiempo para estas disquisiciones. Hombre: si de lo que se trata es de pasar un buen rato, poco o nada habrá más divertido que el espectáculo de la dinastía que reina en España por la Gracia de Dios y -sobre todo- por designio del caudillo Franco.

El dictador se saltó al padre de Juan Carlos I en la pasarela de acceso al trono; pero esa es, como se sabe, una tradición borbónica inaugurada por Napoleón, cuando se dedicó a enredar con Carlos IV y su hijo Fernando VII allá a principios del siglo XIX. Al final, harto de tanto borboneo, el corso acabó poniendo en el trono a su hermano José, un constitucionalista injustamente acusado de borracho. Franco no llegó tan lejos con su hija o su yerno, aunque poder, podía.

Probablemente sin quererlo, el rey honorífico expatriado en Dubái no para de fomentar la idea republicana. Se le atribuye la posesión de un indeterminado número de millones de euros que hasta ahora parecían imaginarios o, como mucho, fruto de la inquina de los enemigos de España a su principal símbolo de soberanía (que es el rey, según la Constitución). Y estas cosas no gustan.

Que el símbolo de la unidad y permanencia de la Patria vaya por ahí moviendo cuartos en el extranjero, si es que lo hace, no deja de ser una anomalía.

El propio Emérito ha admitido por vía de hechos que era un defraudador fiscal, al “regularizar” unos cuantos kilos de billetes inadvertidos al escrutinio de Hacienda. Lo hizo para evitar que las autoridades de su reino acabaran leyendo los periódicos o atendiendo a la Justicia suiza que se empeña en investigar las corridas del dinero.

Si lo hubiesen tratado con el mismo celo que a cualquier otro contribuyente, el anterior rey estaría defendiéndose ahora de un delito que acarrea penas de cárcel. Y no exactamente en una jaula dorada de cinco estrellas como la que sus adictos (en el sentido más estupefaciente de la expresión) lamentan que habite en un hotel de Dubái.

A las industrias y andanzas del anterior monarca ya las habían precedido otras por las que purga condena el marido de una de sus hijas. Hijas que últimamente han añadido, las dos, un nuevo motivo de cháchara para el populacho al vacunarse contra la Covid-19 en el emirato árabe que le da refugio a su padre.

Para su fortuna, el otrora propietario del “Bribón” cuenta con la ayuda involuntaria de Pablo Iglesias, el Joven, que se ha erigido a sí mismo como principal defensor de la república. No hay como identificar a los republicanos -que lo son de todos los colores políticos- con la extrema izquierda para asustar y disuadir incluso a quienes se sientan molestos por el comportamiento de la realeza.

Hay que admitir, en todo caso, que la monarquía resulta mucho más divertida, a juzgar por los últimos lances de los miembros que la representan. Basta seguir las noticias del Emérito, de su yerno, de sus hijas, de Froilán y demás parentela para concluir que este régimen es el más apropiado a efectos de tener entretenido al personal, incluyendo al que no lee el Hola.

Con lo aburridos que son, en general, los presidentes de República -a los que, encima, hay que elegir- está claro que no hay color ni colorín entre las dos formas de Estado. Será por eso que Iglesias, gran aficionado a los juegos de tronos, sigue velando por la permanencia de la dinastía. Y también Pedro Sánchez, todo hay que decirlo. 

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