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Fernando Ull

Ayuso mueve ficha

Isabel Díaz Ayuso.

La sorprendente disolución de la Asamblea de Madrid por la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se puede enmarcar dentro de la dinámica de crispación y lo que Ayuso entiende como nueva política que ha venido ejerciendo desde que fue designada como candidata, contra todo pronóstico, por Pablo Casado, presidente del Partido Popular, en las últimas elecciones autonómicas para enfrentarse a un candidato sólido, con amplia formación intelectual y conocimiento del funcionamiento de la Administración como es Ángel Gabilondo. Con este movimiento trata la presidenta madrileña de adelantarse a un posible apoyo de Ciudadanos a la que hasta el miércoles pasado era una hipotética moción de censura de la izquierda representada en el parlamento madrileño, moción que finalmente se ha materializado.

Sorprende que, en plena pandemia sanitaria, con miles de muertos, en medio de una trascendental campaña de vacunación anti covid-19 y con los hospitales al borde del filo de la navaja desde hace un año, los madrileños tengan que enfrentarse a unas elecciones autonómicas que se van a celebrar en un clima de gran confrontación partidista. Y a este ambiente ha contribuido de manera especial la actitud de la presidenta madrileña, aprendiz de brujo de Esperanza Aguirre, que desde su toma de posesión enfiló al presidente Sánchez como enemigo público y causante de unas supuestas afrentas inventadas cuya explicación por parte de Ayuso causan vergüenza ajena. El aburrido mantra de que gracias a que el Partido Popular está instalado en la sede de Gobierno de la Puerta del Sol los madrileños pueden ejercer su libertad (o algo parecido), como si los españoles que no están gobernados por este partido estuviesen viviendo poco menos que en una dictadura judeo masónica chavista, tiene que ver con la política y maneras trumpistas en la que se ha instalado el Gobierno de la Comunidad de Madrid, gracias a las cuales puede esconderse la falta de planes de gestión de interés público. Ya sabemos que la derecha ultra liberal instalada en Madrid desde hace años, muy distinta a la derecha de otras zonas de España, se ha radicalizado con el paso del tiempo hacia una mezcla de nostálgicos del franquismo, conspiranoicos y partidarios de un golpe de Estado suave que metiera a los políticos en cintura.

Pretende ser Díaz Ayuso la Donald Trump española, la Sarah Palin madrileña y la Margaret Thatcher twittera. Pero lo que de verdad necesitan los madrileños es una presidenta que haga gestión y resuelva problemas y que se deje de crear falsas polémicas donde no las hay. Ese deseo de vestirse con la bandera de la libertad la acerca a los asaltantes del Capitolio de Washington, pero la aleja de los principios básicos en los que se asienta la democracia española. España es hoy día una sociedad que quiere mirar hacia la Unión Europea y no hacia el egoísmo de Inglaterra o a los comportamientos lunáticos de Donald Trump.

La gran duda que se plantea es si esta arriesgada jugada le va a salir bien a Ayuso y al Partido Popular. Hay que recordar que después del desastroso resultado que consiguió el Partido Popular en las elecciones generales de 2019, donde sólo consiguió 66 escaños, Pablo Casado no sólo no dimitió sino que celebró como un triunfo que en las elecciones autonómicas madrileñas celebradas un mes después Isabel Díaz Ayuso lograse la presidencia de la Comunidad pactando con la ultraderecha de Vox y un Ciudadanos anterior al desastre de Cataluña, obviando el hecho de que el PSOE de Ángel Gabilondo ganó estas elecciones. Si el PP no consigue mejorar su resultado en suma total de escaños, es decir, haciéndose con los escaños de Ciudadanos y mantener el apoyo de VOX, la rabieta electoral de Ayuso habrá sido un monumental desastre.

Cuestión distinta es Ciudadanos, un partido que no logra recuperarse del erial que dejó Albert Rivera antes de abandonar la política. Con tal de no pactar con el PSOE, y sobre todo con Pedro Sánchez, al que cogió una inquina digna de estudio, Rivera prefirió que su partido desapareciese. Con el antecedente de UPyD, un partido que también desapareció por la egolatría de su presidenta, Rosa Díez, Rivera debería haber apostado por la estabilidad de la política en España y no por sus sueños de ser presidente. Estaría bien saber quién fue la persona que le convenció de que podía ser presidente si se convertía en líder de la oposición primero.

Resulta obvio decir que con este adelanto electoral Ayuso se juega su futuro político. Si no consigue un resultado claramente ganador que la permita gobernar sólo con el apoyo de Vox, partido con el que la actual presidenta en funciones coincide en muchos aspectos, los barones populares que hasta ahora se han callado sus críticas al histrionismo de Ayuso pedirán su cabeza. Cuestión distinta es si los madrileños van a valorar de manera positiva o negativa su actuación durante la pandemia, es decir, si van a juzgar de manera positiva que haya sido la única presidenta de comunidad autónoma que ha apoyado de manera casi explícita a los partidarios de la conspiración, los antivacunas y los negacionistas de la existencia de la violencia de género.

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