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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

El cocido madrileño

Isabel Díaz Ayuso

Murcia también existe, ya lo sé, pero, una semana antes del tomate, Ayuso y Rocío Monasterio se pegaron una velada de aquí te espero en la cafetería de la Asamblea ante los ojos atónitos del respetable mientras Aguado se devanaba los sesos con los suyos en una mesa a tiro de piedra antes de caerse con todo el equipo. Como mucha gente fuera de nuestras fronteras sabe la huerta murciana da mucho de sí pero, cuando uno o más bien una ve que por más ardor que ponga en la pelea no deja de tener el cuerpo cortado, algo más potente que meterse un buen cocido madrileño es difícil que exista. Y nada, ya saben; los garbanzos, puestos a remojo.

  Alrededor de esas mismas horas cafeteras Aznar participaba en un acto a mayor gloria suya en el que, al tiempo que trataba con desdén al cabeza visible de la formación que él heredó de apé, lanzaba el siguiente aserto: «El modelo de Madrid, ¿por qué quieren acabar con él? Porque es el modelo de la libertad. Es el modelo en el que, con impuestos más bajos, se puede crecer y recaudar más, tanto como para en plena pandemia crear empleo». Y hasta Esperanza Aguirre, la entrañable pareja que con Gallardón tantas escenas memorables nos dejó, se vio impelida a salir a escena para dejarlo ahí: «Confié mucho cuando llegó Casado en que iba a dar la batalla de las ideas. No me ha decepcionado, lo que pasa es que ha cambiado de estrategia y lo mismo era acertada, aunque el caso es que en las catalanas no ha funcionado». Y, claro, nada más ponerse en marcha el cocido se ha apresurado con sus avíos la que faltaba: «Hay alternativa –proclama Cayetana–; Ayuso ha entendido que la moderación en España no es tanto una virtud como un defecto». En fin, todo preparado para que la cosa hierva.

  Ya la única sintonía entonada desde Génova o desde el inmueble donde reine es la suscrita por la presidenta, incluso en labios de Teodoro compaginándolo con la expulsión del hueso engullido en casa. En que arrase ella en mayo ve su señorito la tabla de salvación propia. ¡Ay, qué rico!

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