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Carmen Martínez-Fortún

Leyendo a los místicos

Fray Luis de León, poesía idónea para confinados

Enseñar Humanidades ayuda a reflexionar sobre qué poco ha progresado el ser humano y la paradoja sublime de que la humanidad sí lo haya hecho, pese al material corruptible de sus protagonistas. Yo no sé si somos polvo o espíritu, pero sí que, aunque perennemente nos derrota el primero, nuestra victoria está en el segundo. Y año tras año, a medida que el curso avanza, me felicito por ser profesora de una asignatura que tanto ha contribuido a la grandeza, espiritualidad y felicidad humana, así como a su diversión y deleite, a interrogarse sobre uno mismo y a considerar que, pese a la extendida seguridad ególatra de tener la razón, siempre puede haber algo de ella en la otra parte.

Es magnífico y sorprendente comprobar cómo el alumnado se sigue encantando, por ejemplo, con poetas aparentemente tan alejados de la juventud como Fray Luis, Santa Teresa y San Juan. La noche oscura del alma versionada por Loreena McKennitt arrancó el otro día aplausos en una clase presionada por los exámenes, las mascarillas y la odiosa ventilación cruzada. Y arrastrados por su magia, esos ojos brillantes por encima de la voz enmascarada descubrían sin reparos que palabras eternas como muero porque no muero, vivir quiero conmigo, qué descansada vida, despiértenme las aves, no quiero ver el ceño vanamente severo de quien la sangre ensalza o el dinero o del monte en la ladera por mi mano plantado tengo un huerto, resonaban con brillo inédito en sus jóvenes y aún no corrompidas mentes.

En furibundo contraste, oigo el ruido y la furia de los pretendidamente adultos, los gritos de ¡tránsfuga!, ¡estafa!, ¡corruptos!, ¡reina Sol!, ¡ambiciones!, ¡traición!, en Murcia y en Madrid, cuando en Cataluña el odio vence con cansina cantinela mortal y las intrigas palaciegas se maquinan a la sombra, mientras la patria mía se desangra en pandemia atroz. Escucho el triste concierto, y aunque quisiera reírme de quienes creen que hacen historia y solo están encerrados en el mismo bucle siniestro, comparto con la mayoría de mis compatriotas el desprecio y el desconsuelo.

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