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Rafael Jorba

La conjunción copulativa

En la última década, el ‘procés’ ha hecho bueno aquel desiderátum de Pujol: los poscomunistas se comportan a veces como “nacionalistas catalanes”

El expresident de la Generalitat Jordi Pujol.

Los políticos veteranos tienen sus filias y sus fobias. Este fue el caso de Josep Tarradellas. Desde su refugio de la Turena, el presidente de la Generalitat en el exilio anotaba sus reflexiones. El 26 de julio de 1970 redactaba una nota tras reunirse con Jordi Pujol: “Quisiera que el tiempo no me diese la razón (…), pero hoy soy francamente pesimista por Catalunya. El trío Montserrat, Òmnium Cultural y Banca Catalana tiene un mismo pensamiento y facilita la acción a todos los que querrían hundir el país” (‘Josep Tarradellas. L’Exili (1954-1977)’. Carles Santacana. Edicions DAU, 2015).

Esta referencia es casi profética. La nota, sin embargo, recogía otra reflexión de Tarradellas sobre la visión que Pujol tenía del PSUC: “Cuando habla de los comunistas de ‘casa nostra’, dice que son diferentes de los de otros países porque ‘los nuestros’, además, son ‘nacionalistas catalanes’”. Es evidente que esta anotación es injusta: el entonces PSUC lideraba la oposición democrática e impulsaba el sindicalismo de clase a través de CCOO. Es verdad, sin embargo, que el pujolismo intentó fraguar en la Transición una especie de “compromiso histórico” a la italiana con el PSUC –y después con Iniciativa per Catalunya– para marginalizar al PSC en la izquierda catalana.

Eran los años en los que algunos dirigentes poscomunistas eran la conjunción copulativa de CiU, la coalición que gobernó Catalunya durante más de dos décadas. Rafael Ribó, el incombustible Síndic de Greuges, es aún el testimonio de aquella estrategia. En el periodo del tripartito de izquierdas (2003-2010), la ICV de Joan Saura apostó por un pacto de izquierdas. Sin embargo, en la última década, el ‘procés’ ha hecho bueno aquel desiderátum de Pujol: los poscomunistas de En Comú Podem se comportan a veces como “nacionalistas catalanes”. También el PSC, al inicio de la apuesta soberanista, cayó en la misma trampa.

Las izquierdas catalanas, con el telón de fondo de los recortes por el largo ciclo de crisis económica, priorizaron el eje nacionalista-identitario frente al eje ideológico-programático. Al abrazar el llamado ‘derecho a decidir’ de Artur Mas, ponían por delante aquello que dividía a los ciudadanos –el sentimiento de pertenencia– y dejaban en un segundo plano aquello que les unía entre sí y con la mayoría de ciudadanos del conjunto de España: la defensa de los servicios públicos y de un modelo social en descomposición.

EL PSC, de la mano de Miquel Iceta, corrigió aquella deriva inicial al precio de una escisión. Iceta se había dado cuenta de que el PSC, con su pacto de abril con el PSOE, había nacido precisamente para que los catalanes no tuvieran que decidir, para evitar la Catalunya empatada consigo misma en la que nos encontramos. La herramienta es el federalismo –el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos– en el marco de soberanías compartidas de la Unión Europea. La respuesta no la dará otra consulta binaria, en clave de democracia ritual, sino una propuesta transversal, resultado de la democracia deliberativa.

Mientras tanto, con el telón de fondo del resultado del 14-F, Jéssica Albiach plantea a ERC “construir la alternativa”: “Un Gobierno de izquierdas con En Comú Podem y el apoyo externo del PSC, que mejore la vida de la gente”. Su propuesta es deudora del ‘relato’ procesista: sitúa al PSC –el primer partido en votos y empatado en escaños con ERC– fuera del Govern y otorga a los republicanos un plus de representatividad. La propuesta esconde además un mensaje perverso: los socialistas deben sacrificarse en aras de la reconciliación.

El reencuentro entre los ciudadanos de Catalunya, divididos emocionalmente por la subasta identitaria de la última década, es una tarea urgente. La primera reconciliación debe ser con los hechos: se puede discrepar de las condenas de los políticos presos, se puede reclamar el indulto y la revisión de los tipos penales de referencia, pero se debe aceptar también que violentaron las reglas de juego y aprobaron una legislación que vulneraba la separación de poderes. Y la segunda reconciliación debe ser con la sociedad catalana: aceptar la pluralidad de sentimientos de sus ciudadanos. En Comú Podem debe decidir si quiere ser aquella conjunción copulativa de CiU en el pospujolismo o priorizar el eje social frente al identitario.

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