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Mercedes Gallego

Guten morgen

Un pareja de turistas disfrutando de sol en la playa de Levante de Benidorm.

Si me costó entender el aforo en los cementerios cuando en las terrazas de los bares no cabía un alma, o que durante fines de semana se haya podido viajar de Pilar de la Horadada a Vinaroz, pero no de Alicante a Santa Pola, ¿qué quieren que les diga de las restricciones de movilidad para la Semana Santa entre las autonomías mientras se abre la veda a que una horda de teutones pueda invadirnos blandiendo una PCR? ¿Por qué la posesión de esa prueba con la garantía de que se está limpio de covid puede allanar el camino hasta nuestra Comunidad a un joven de Nuremberg, a una familia de Düsseldorf o a una pareja de Hamburgo mientras los vecinos de Albacete, Toledo o Madrid se tienen que quedar con la ganas? No lo entiendo.

Vaya por delante que no soy negacionista, que no resto un ápice de importancia a la necesidad de que se reactive la economía (que por estos lares es sinónimo de turismo, aunque también es verdad que tan turista es el germano como el de Tomelloso) y que ni siquiera me caen mal los alemanes. Pero a alguien que, como yo, tiene una familia geográficamente dispersa a la que se muere de ganas de volver a tener cerca, le cuesta comprender los criterios en que se apoyan unas normas que, salvo que algo se me escape, permiten a unos lo que a otros vetan.

Recuperar para Pascua nueve enlaces aéreos con Alemania cuando una patrulla de la Guardia Civil te puede parar en Almansa y mandarte de vuelta a casa carece de lógica. Tan poca que estoy por aplicar lo de hecha la ley, hecha la trampa y comprar a dos de mis sobrinos que viven en Madrid un par de billetes hasta Berlín para que, desde allí, vengan a verme. Y he descartado hacer lo mismo con mi madre porque no consigo que la mujer se atreva a decir ¡guten morgen!

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