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Mireia Orgilés Amorós

La salud mental infantil después de un año de pandemia, ¿Qué hemos aprendido?

Salud mental infantil

El 14 de marzo comenzó el que ha sido el primer y único confinamiento general que hemos vivido en la historia reciente de nuestro país. Durante 3 meses y 6 días fuimos testigos de cómo una pandemia cambiaba nuestra vida. Para los niños, la sensación de incredulidad que vivimos los adultos no fue diferente. Acostumbrados a unas rutinas muy claras, su día a día cambió de repente y sin aviso. Apenas una despedida en los colegios y la incertidumbre de un regreso incierto. El cierre de los centros escolares supuso el comienzo de las clases en casa con el apoyo de los padres cuando, en el mejor de los casos, éstos podían compatibilizar la ayuda en las tareas académicas con el teletrabajo. Las relaciones sociales se limitaban a padres y hermanos, aunque se vieron facilitadas por la tecnología, que permitió a los niños estar en contacto con amigos y seres queridos. El ocio, sin poder acceder a jardines infantiles y espacios públicos, se restringía al hogar. Afortunadamente el regreso a los colegios restableció gran parte de la normalidad que seis meses antes los niños habían perdido. Eso sí, fue un regreso a las aulas atípico, con mascarillas, hidrogel y distancia social.

El 2020 fue un año triste, complicado y estresante. ¿Qué consecuencias podrían tener en los niños esas vivencias atípicas? En la Universidad Miguel Hernández tratamos de dar respuesta a esa inquietud, mediante el desarrollo de un estudio que ha avanzado al ritmo que lo ha hecho la pandemia. Cuando el 16 de marzo dejaron de asistir al colegio, algunos padres observaron a sus hijos más tranquilos y felices. Lamentablemente, esa felicidad no duró mucho y después de unos pocos días los niños estaban más irritables, inquietos, apáticos, tristes y preocupados. En ese momento los padres fuimos testigos de la necesidad que tienen los niños, para un buen desarrollo psicológico, de estar activos, con la estimulación y el movimiento que les proporciona la vida en el exterior. El seguimiento durante este año de los niños participantes en nuestro estudio nos ha permitido conocer que su bienestar emocional empeoraba conforme el confinamiento se prolongaba en el tiempo, y que con las primeras salidas después de 42 días en casa se observaba una mejoría que fue más evidente con el regreso al colegio.

Al finalizar el confinamiento los niños recuperaron en gran parte su estabilidad emocional, aunque han tenido que enfrentarse a nuevos retos, no propios de una infancia típica, y que han asumido con gran responsabilidad. Un cambio importante en su vida ha sido el uso de la mascarilla facial, que los mayores de seis años llevan de forma continuada durante la jornada escolar (en algunos casos hasta ocho horas), sin protestas ni quejas. Mientras que los adultos nos mostramos a menudo reticentes, y con astucia tratamos de evitar su uso, los niños se muestran comprometidos protegiéndose con ella de posibles contagios. Aunque es molesta para todos, los niños han asumido sin desaprobación que su uso es necesario. Tampoco ha sido fácil para ellos reducir el contacto con amigos con los que habitualmente jugaban, pero han aprendido a sustituir los abrazos y el contacto físico por saludos a gritos en la distancia. Comparando la forma de afrontar las restricciones en el ocio entre adultos y niños, a los adultos el cierre temporal de bares y restaurantes nos ha generado incomprensión y gran fastidio (y me refiero a los que somos clientes, no a los hosteleros que lógicamente ven comprometido su negocio). Nos sentimos desubicados y nos enfada no poder acudir a nuestro bar habitual a desayunar o a tomar el aperitivo de la tarde. Igual que la restauración es una parte importante del ocio para los adultos, los parques infantiles lo son para los niños. Sin embargo, a pesar de que les hemos privado durante meses de uno de sus entretenimientos principales, los niños han asumido con gran obediencia y entendimiento que no era posible su uso. Aunque miraban los juegos de las zonas de recreo infantil con el deseo de poder disfrutar de ellos, rápidamente sustituían ese anhelo por una actividad alternativa.

Los niños han sufrido los efectos de la pandemia como cada uno de nosotros. También han demostrado su responsabilidad siguiendo las medidas de protección que les hemos impuesto, muchas veces con mayor convencimiento que los adultos. Dentro de unos años, cuando miren atrás, probablemente hayan olvidado muchos de los retos superados. Sin embargo, tanto si recuerdan la pandemia tan terrible como lo está siendo o si solo queda en su memoria parte de las experiencias vividas, deseamos con esperanza que las habilidades de afrontamiento que han aprendido sean una fortaleza más para futuras situaciones difíciles. Los adultos, por nuestra parte, podemos ayudarles en esta etapa complicada. Proteger la salud mental infantil es nuestra obligación como sociedad. Si atendemos a sus necesidades emocionales, facilitaremos que los niños que vivieron en tiempos de pandemia sean más resilientes, más capaces de hacer frente a las adversidades, y por qué no, más felices con lo que les depare la vida.

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