Conduciendo camino del trabajo a la hora punta tengo que atravesar de lado a lado la ciudad, entorpecida además para los coches a fin de reservar a los ciclistas una capacidad entre 25 y 50 veces superior a la que usan, y, mientras mascullaba cosas entreveradas con asuntos pendientes, veo que uno de los pocos usuarios del carril-bici ofrece este aspecto: pantalón y chupa oscuros, gorra oscura, embozo pandémico amplio y oscuro, zapatillas oscuras, mochila negra y, saliendo de esta, una varita con un molinillo de papel multicolor en el extremo, que gira deprisa por efecto de la velocidad. En mi mente su color lo invade todo. Lo pierdo en seguida, pues como es natural (en tales circunstancias, quiero decir) circula mucho más raudo que el coche, pero me echo a reír con la feliz ocurrencia y noto que a golpe de risa me va cambiando el humor. Así que gracias, desconocido amigo.
