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Fernando Ull

El problema de la derecha

Pablo Casado, Cuca Gamarra y Teodoro García Egea, en el Congreso.

El clima de tensión política que se acrecienta en España mes a mes viene ocasionado, sobre todo, por la división que la derecha viene experimentando desde hace algunos años y cuyo último eslabón roto ha sido la moción de censura planteada por Ciudadanos y el PSOE en la Comunidad Autónoma de Murcia. Terminadas las mayorías absolutas de derecha española en torno al Partido Popular y con, al menos hasta ahora, tres partidos disputándose unos votantes situados entre el centro derecha de Ciudadanos, la extrema derecha nostálgica del Franquismo que representa VOX, y un Partido Popular cuyo líder no sabe qué quiere ser de mayor, si Angela Merkel o el hermano pequeño de Donald Trump, esta caótica situación tiene enfrentado al anteriormente bien avenido trío de Colón de una manera tan extrema que ha terminado por afectar a la estabilidad de España.

Los vaivenes de Pablo Casado, que un día se pone el disfraz de Emilio Castelar y afirma que rompe con VOX y al día siguiente consiente que Isabel Díaz Ayuso tenga como única fuerza colaboradora a la formación de extrema derecha, tienen que ver con su falta de liderazgo en el seno del Partido Popular. Su táctica negativista frente a cualquier actuación del Gobierno sin plantear alternativas dignas de llamarse así ha supuesto que la figura política de Pablo Casado se haya desdibujado poco a poco mientras que la de Ayuso ha crecido en el sector más extremo del PP y en los propios votantes de VOX. Se notan, y mucho, las maneras y los consejos de Miguel Ángel Rodríguez como consejero en la sombra de la presidenta madrileña. Eslóganes como socialismo o libertad transformado días después en comunismo o libertad, recuerdan al primer Jose María Aznar en las elecciones de 1996, cuando prometía cosas que sabía no iba a poder cumplir, o a su posterior España va bien. Frases vacías de contenido, sin menor atisbo intelectual y, lo que es peor, que presuponen que sus votantes son fáciles de manejar y engañar.

Es en la división de la derecha donde se encuentra el actual problema de la política en España. Porque mientras en la izquierda la división ha tenido como consecuencia que cada uno haya ido por su lado con sus propias ideas, en la derecha se ha instalado la idea del miedo a decir lo que de verdad se piensa mientras se mira de reojo lo que dice el de al lado. Los bandazos ideológicos del Partido Popular, que le llevan de la derecha a la extrema derecha en asuntos como la violencia de género o la reciente ley de eutanasia, en respuesta a la presión a la que le somete VOX, que no es más que una escisión de los radicales del PP, unido a la falta de concreción de Ciudadanos, un partido que no ha sabido ni podido recuperarse del desastre que dejó tras de sí Albert Rivera, ha encauzado a la derecha española hacia posiciones radicales en asuntos como las lenguas cooficiales de las comunidades autónomas donde existen, la educación y la sanidad. A esto hay que añadir el nacimiento en España del movimiento ultraliberal en lo económico a imitación de la Escuela Económica de Chicago y el resurgimiento de ideas retrógradas en materia de educación, libertad sexual y plena igualdad de la mujer.

Resulta incomprensible que en España no haya terminado de surgir una formación política de centro derecha que sea asimilable a lo que en Europa se identifica con partidos políticos democristianos o liberales, es decir, partidos que asumen la democracia de manera plena, que tienen un ideario liberal en lo económico con una mirada real hacia políticas sociales y que crea en la Unión Europea como algo más que un club para hacer negocios. Por contra, la derecha española, me refiero a VOX y PP, tiende a acercarse al partido de Le Pen en Francia, a formaciones minoritarias de países nórdicos con ideas xenófobas o los ultranacionalistas de países como Polonia. Si a ello le sumamos la pátina franquista de la que la derecha no se logra desprender, el panorama es desalentador.

Por eso fue necesario el nacimiento de Ciudadanos para la política española, porque suponía la entrada definitiva de la derecha española en el cauce liberal y moderno que existe en Europa desde hace décadas. Sin embargo, los delirios de Albert Rivera, que quiso ser el Macron español y se quedó en resentido de provincias, y la ausencia de un ideario liberal claro, dieron al traste con este proyecto. Ciudadanos se ha visto fagocitado por los acuerdos postelectorales de varias comunidades autónomas que le han dejado a los pies de los caballos de VOX y el PP.

Durante años se ha dicho que el bipartidismo era el gran mal de la política española pero una vez que este ha terminado los problemas parece que han crecido en vez de disminuir. El infantilismo y en ocasiones la grosería se ha adueñado de las instituciones, del Congreso y del Senado y, algunos, echamos de menos a menudo aquellos políticos de los años 80, tan trajeados y tan grises, pero también previsibles, correctos y serios en sus discursos.

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