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Daniel Capó

El salto tecnológico

El bitcoin es la criptomoneda más conocida.

¿Será la década que acabamos de estrenar una reedición de los felices años veinte del pasado siglo? Condiciones hay para pensar así; no en España, de entrada, pero sí en el resto del mundo desarrollado. Para empezar, el enorme flujo de dinero barato ha inundado los mercados y difícilmente dejará de hacerlo de un modo drástico en los próximos años: se puede acceder a un crédito a bajo interés y se dan unos enormes niveles de liquidez que esperan ser movilizados en forma de inversión y de consumo.

Tampoco se prevén grandes dosis de austeridad en el diseño de las políticas públicas; al menos mientras la inflación no arranque a buen ritmo, ya que el consenso actual sugiere que el hiperendeudamiento global sólo puede atenuarse con un shock inflacionario. Como en una famosa viñeta del New Yorker que se popularizó durante el crac de 2008, a una burbuja debe sucederle otra para que la economía no colapse.

Más inflación, más PIB, más empleo, a la espera de que, en algún momento, en los próximos años, también rebrote el auténtico tronco del crecimiento que es la productividad. Y, de hacer caso a algunos analistas estadounidenses, este momento podría no estar lejos. La prensa norteamericana se ha hecho eco de las recientes predicciones de Eli Dourado, quien aventura cuáles pueden ser los grandes saltos científicos y tecnológicos que viviremos en esta década. El más inmediato ya lo tenemos aquí y son las vacunas basadas en el ARN mensajero, cuyo potencial apenas empezamos a vislumbrar. Para los próximos años, cabe contemplar la aprobación de nuevas vacunas que puedan prevenir –o curar– el SIDA, la malaria, la gripe y distintos tipos de cáncer. En el campo de la salud, Dourado también confía en que se produzcan importantes avances en lo que denomina “camino del rejuvenecimiento”, a través por ejemplo de transfusiones de sangre joven. El continuo desarrollo de los relojes inteligentes ayudará además a una mayor monitorización de nuestra salud.

No sólo se verán avances en la salud. El progresivo desarrollo de motores y baterías eléctricas –en automóviles, motocicletas y también en la aviación– debería acelerar la sustitución de una economía basada en los carburantes fósiles por otra más limpia. El vehículo autónomo puede convertirse en una realidad a finales de esta década o a inicios de la próxima, al igual que no se hallan muy lejos los coches voladores. Hablamos de diez, quince, veinte años a lo sumo; no de medio siglo. Dourado asimismo está convencido de que el futuro de la electricidad pasa por la utilización de la energía geotérmica, que se encuentra en el corazón de la Tierra: una energía no contaminante y casi ilimitada. Las noticias acerca de nuevos –y más baratos– transportadores espaciales, la construcción de bases en la Luna y la llegada de los primeros astronautas a Marte se suceden.

Las gafas de realidad aumentada, microchips más potentes, las impresoras 3D, el consumo de carne cultivada, la extensión de las universidades online, la utilización masiva de las criptomodenas y el uso de la Inteligencia Artificial forman parte de una realidad cercana que ya prácticamente se encuentra entre nosotros, a punto de desplegar sus efectos. ¿De qué modo afectarán estos avances a la productividad general? Al alza, sin duda. Con importantes consecuencias, similares a las que se vivieron en la primera Revolución Industrial: el surgimiento de un nuevo proletariado como resultado de la obsolescencia de la industria del pasado. Las sacudidas políticas acompañarán la aceleración tecnológica. La Historia ha vuelto.

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