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Mauri

Aznar tiene un plan

La Fuerza Nueva del franquista Blas Piñar perdió en 1982 su único escaño en el Congreso

Aznar, Rajoy y Cospedal declaran la próxima semana en el juicio de la caja b

Felipe González acuñó la metáfora del jarrón chino para ilustrar el engorroso síndrome del expresidente. Síndrome propio y ajeno. José María Aznar nunca se vio a sí mismo como jarrón. Desde la FAES, no ha dejado de marcar el paso ideológico del PP. Y hoy se dispone a dirigir una operación de reunificación de la derecha española. El aleteo de mariposa en Murcia y el subsiguiente huracán madrileño son sus primeras bazas.

La Fuerza Nueva del franquista Blas Piñar perdió en 1982 su único escaño en el Congreso. Los artefactos centristas de Adolfo Suárez (UCD y CDS) colapsaron en los años siguientes. Desde entonces, y hasta la irrupción de Cs en las elecciones de 2015, y de Vox en las de 2018 y 2019, la expresión institucional de la derecha española había permanecido unida, desde el centro hasta el extremo, bajo las siglas de AP y su vástago, el PP.

Pasqual Maragall solía atribuir a Aznar el mérito de la privación institucional de la extrema derecha. Alfonso Guerra insistía en que ese honor le correspondía a Manuel Fraga. Tanto Fraga como Aznar eran capaces de infundir confianza o al menos comodidad entre los nostálgicos del búnker y mantenerlos integrados en las filas del partido conservador democrático. Fraga fue ministro de Franco y vicepresidente y titular de Gobernación del primer gobierno posfranquista: «¡La calle es mía!», se despachaba en 1976. 

Aznar fue un estudiante falangista, detractor exaltado de la Constitución y crítico severo de Fraga y Suárez, a quienes despreciaba en los albores de la Transición por su traición al movimiento franquista. Ya en los primeros años de este siglo, la Facultad de Políticas de la UAB invitó a Santiago Carrillo a pronunciar la conferencia inaugural del curso. En el almuerzo, el veterano comunista quiso envidar a unos profesores. «¿Conocen ustedes el significado de FAES?», inquirió. «Sí, es la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, del PP», respondió alguien, ya escamado por la pregunta. «El think tank con el que Aznar marca la doctrina del PP», abundó otro. «Les veo despistados», remató Carrillo, zorruno: «FA-ES, dos sílabas, FA-ES, Falange Española».

Con Mariano Rajoy, la Gran Recesión y el desafío independentista, el magma derechista se quebró. Por el centro, bajo la ambición a la postre miope de Albert Rivera. Por el extremo, bajo el galope global ultra y la decepción de un puñado de cuadros del PP con el moderantismo/quietismo de Rajoy. 

Ante la endeblez de Pablo Casado, cuyos virajes en vano al centro ya son chascarrillo, Aznar pretende erigirse en autor intelectual de una reunificación derechista. Planea materializarla a través de Isabel Díaz Ayuso, guionizada por Miguel Ángel Rodríguez, el rudo asesor que lo acompañó el siglo pasado en su ascensión al Gobierno. Su plan consta de dos fases. Una, zamparse el grueso de ese partido en ruinas que es Ciudadanos. Dos, derrotar a la izquierda en Madrid dejando el mínimo margen posible por el extremo derecho y, a la vez, aunando fuerzas con Vox. El reto electoral de Ayuso del 4 de mayo es la prueba de carga de este plan.

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