En el Día Mundial de la Poesía podríamos ocuparnos de qué cosa es aquella de la que nos ocupamos al hacer, leer u oír poesía. Se trata de un esfuerzo ímprobo e inútil, pues a pesar de formar la poesía parte del habla su materia es lo inefable, o sea, lo no hablable. Para mí la mejor definición, sin pretender tampoco serlo, es la de Sophia de Mello cuando cuenta que de niña “era tan niña que ni sabía que los poemas los escribían personas, más bien creía que eran consustanciales al universo, que eran la respiración de las cosas, el nombre de este mundo dicho por él mismo” (“Lo digo para ver”, Galaxia Gutenberg, edición no venal patrocinada por Fundación EDP). Un modo más sencillo, si hablamos de un texto, sería decir que es el que acaba antes del final de cada renglón, dejando una parte en blanco. Ahí estaría. Así que hablamos otra vez de una respiración, o un contener el aire.
