Quién nos iba a decir hace poco más de un año la que se nos venía encima, estado de alarma, confinamiento, hospitales desbordados, personal sanitario al borde de la extenuación... Y cuando a finales de junio parecía que vislumbrábamos un haz de luz tras duros meses de sacrificios y pérdida de vidas, tras ese espejismo de final del túnel que supuso el inicio del verano, llegó la segunda ola para despejar las pocas dudas que quedaban de que esto era para largo.
Llegaron las primeras vacunas y trajeron un torrente de optimismo que empezó a truncarse poco después cuando las farmacéuticas empezaron a incumplir sus compromisos de suministro, a lo que se sumó el parón originado por las dudas sobre los posibles graves efectos adversos de la de AstraZeneca. Palos en las ruedas que ponen en entredicho el anhelado objetivo de obtener la inmunidad de rebaño este verano. Y por medio una tercera ola que azotó a esta provincia con dureza y llevó otra vez a nuestros hospitales al límite tras un «salvemos las navidades» a todas luces inadecuado. La mejora de los datos se estanca, incluso en algunas comunidades suben levemente los contagios.
Los expertos dan ya por inevitable la cuarta ola en medio de la incesante bronca política que se ha instalado en el país y que mantiene a nuestros dirigentes más pendientes de que no les muevan la silla que de gestionar una crisis sin precedentes. Con este panorama, Ayuntamiento de Alicante y Cabildo de San Nicolás se han visto venir que este año, sin confinamiento a diferencia del pasado, fueran numerosos los alicantinos que optaran por dirigirse a pie hasta el monasterio el día de la Peregrina para pedir su intercesión y han anunciado controles en los accesos para evitar aglomeraciones y la formación de grupos, además de que la misa será a puerta cerrada. Motivos para pedirle a la Santa Faz otro milagro hay, no cabe duda, pero este año la rogativa hay que hacerla otra vez desde casa.
