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Juan José Millas

Ensalada de morros

Torreznos

 Si comiéndote un pollo, que ni siquiera es un mamífero, tienes a veces la sensación de comerte a un hermano, ¿cómo será la auténtica experiencia caníbal? No me lo pregunto yo, se lo preguntan dos adolescentes (chico y chica) que se toman un helado en la terraza de la cafetería de mi calle, donde yo suelo apurar un gin tonic culpabilizador a la caída la tarde.

-Si tú fueras caníbal -pregunta la chica-, ¿qué carne preferirías, la de hombre o la de mujer?

-La de mujer, claro -dice él como si fuera una evidencia-. ¿Y tú?

-Yo también la de mujer -dice la chica.

El joven se queda desconcertado. Le parece, sin duda, que lo normal es que prefiriera la de hombre.

-No serás lesbiana -dice medio en broma, medio en serio.

-Qué previsible eres -dice ella-. Eres buen tío, pero previsible. Estábamos hablando de comida, no de sexo.

Los jóvenes caen en un bache de silencio, como si acabaran de pisar los bordes de una tierra desconocida, de una isla misteriosa. Y lo es, desde luego.

- ¿Qué parte de mí te comerías primero? -pregunta al fin ella.

El joven duda, quizá teme meter la pata de nuevo.

-Las orejas -se decide.

- ¿Por qué las orejas?

-Porque me gusta la idea de masticar tus cartílagos, que deben de ser crujientes, como los torreznos. Las haría a la plancha, con un poco aceite, pero dejaría que se doraran. Ñam, ñam, qué ricas.

En esto pasa el camarero y le digo que me traiga, para picar unos torreznos. Luego llega otro chico, toma asiento junto a la pareja y pregunta de qué hablaban.

-De comida -se apresura a responder el joven.

¿Hablaban de comida?, me pregunto yo mordisqueando con placer un torrezno que cruje al hincarle los dientes.

Cuando vuelvo a casa, mi mujer lee en el sofá. Me pregunta si voy a preparar algo de cena.

-Una ensalada alemana de morros -le respondo dirigiéndome a la cocina.

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