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Marc Llorente

Ver, oír y gritar

Marc Llorente

El desconcierto nacional

Pablo Iglesias, Podemos, en el Congreso de los Diputados.

Desde que Pablo Iglesias anunció con megáfono que tenía previsto dejar su vicepresidencia segunda porque se siente más útil así, es posible que Pedro Sánchez haya empezado a dormir mejor. O no. Puede tener otras pesadillas. Una ruptura en el Gobierno tal vez y un brusco corte de la legislatura que pueda servir a los populares, en bandeja de plata, un adelanto electoral. Por lo visto, algunos acuerdos firmados, entre PSOE y Unidas Podemos, están para no cumplirse, como las medidas para regular los precios de alquileres de viviendas, circunstancia que, igual que ocurre en Barcelona, aumentaría el número de contratos de alquiler. Si la nueva ley de vivienda favorece solo a grandes propietarios y se aprueba con los votos de Casado y los suyos, crecería el desencuentro político de los socios de coalición y el malestar social de muchos.

En pos de que se cumpla el artículo 47 de la Constitución, «no podemos consentir que se mienta y se traicione a los ciudadanos», insiste Iglesias lanzándole puyas al presidente, que está muy cerca de él aún en el Parlamento y en el Consejo de Ministros. No es lo mismo ser de izquierdas en teoría que en la práctica. Si ya la convivencia en el Ejecutivo no era distendida por una u otra razón, ahora se ha tensado más la cuerda con el riesgo de que pueda romperse, hecho que celebraría por todo lo alto una oposición con afán de victoria a cualquier precio. No olvidemos también la amenaza de ERC a Sánchez. De retirarle el apoyo por lanzar cohetes debido a la anulación de la inmunidad de Puigdemont y otros por parte de la Eurocámara.

Sánchez hubiera preferido pactar un Gobierno con Ciudadanos, hoy en vías de extinción, pese a que los pocos músicos del barco naranja no quieran desertar, como otros miembros, ni hundirse tras cumplir esta formación, a las órdenes del Ibex 35, su tarea de salvar a un PP que besó la lona por sus problemas de corrupción y de gestión de la prolongada crisis de 2008, cuyas consecuencias siguen vivas y aumentadas por los efectos de la pandemia. Quedan los fieles de Arrimadas, personajes de esta película de catástrofes, que quieren adquirir vida propia más allá del previo guion establecido.

No es sostenible, entre otras cosas, que los socialistas se arruguen ante las patronales inmobiliarias y que Podemos quiera lo contrario. ¿Si el PSOE pretende sacar adelante esa reforma a su manera, podría lograr ser presidenta Yolanda Díaz, futura candidata de la formación morada a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones generales? La idea es que no se anticipen, pero la realidad política impone algunos pasos en esa indeseable dirección. Menos mal que Iglesias y Sánchez se entienden «muy bien».

No se sabe si la próxima huida del vicepresidente, probablemente el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República, servirá para sumar en la comunidad madrileña, motivar a los desmotivados y evitar la amenaza de que los «pro fascistas puedan gobernar», o si «este Iglesias» se irá a pique después del 4M. El moderado Ángel Gabilondo le da la espalda en principio, y Sánchez empieza a pasarle factura. Aun no habiendo empezado la campaña oficialmente, ya está en marcha y se va a extender hasta el aburrimiento.

Se trata de una guerra electoral sin cuartel, llena de arrogancias, narcisismos, torpezas y exabruptos de la peor especie. Díaz Ayuso y el resto de contendientes garantizan que el pésimo espectáculo no vaya a decaer en tiempo, además, de crisis sanitaria, la tragedia nacional que sigue provocando víctimas y daños colaterales. El desconcierto en todo y los virajes solo provocan más rechazo y desconfianza en la población.

Sí será divertido ver algún debate con la presidenta en funciones, el aspirante a gobernar la autonomía, Pablo Iglesias el Imprevisible, y otros líderes que buscan ganar y anular a los adversarios, que, dado el orden de cosas, son enemigos totalmente. Hay partido. No sabemos con cuánta gente en las gradas. Lo que sí se sabe es que el paso de Iglesias por el Gobierno de coalición está teniendo poca gloria no atribuible simplemente a él.

No tiene una varita mágica y sobresalen los suspensos en diversas materias. Ya se encargan algunos de cargar las tintas, de bloquear y de culparle de «la muerte de Manolete» y de otros dramas que vienen de atrás y que empeoran con la crítica situación actual. El olvido por los ancianos y los dependientes. La gestión del ingreso mínimo vital, los datos de la pobreza y la exclusión o la tasa de paro juvenil que duplica a la del resto de Europa. A Pablo Iglesias le atraen más las trincheras. Le gusta fajarse en el cuadrilátero. Vestirse de redentor e ir de gallo del corral.        

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