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Carmen Martínez-Fortún

Telebasura y frivolidad

Irene Montero, en 'Sálvame'.

Confieso que no veo las revistas del corazón, salvo el Hola, y solo cuando alguna amiga estupenda lo manda. Confieso que antes disfrutaba su glamour y sus inalcanzables Audrey, Grace, Carolina o Diana, batiburrillo mental y nostálgico que mezcla épocas diferentes y junta a la Bardot con la Preysler. Y confieso que ahora que famosos de saldo han cambiado la elegancia pretérita por la vulgaridad, la zafiedad o la inanidad, lo que más me atrae de esa catedral de la prensa rosa son los casoplones de las primeras páginas, hoy que combato la ansiedad de la pandemia con programas en que simpáticos inquilinos británicos adquieren por tres perras fantásticos châteaux de cuento.

Tampoco se ve en mi casa la televisión basura, por tanto ni sigo la isla de las tentaciones ni ningún horror de nombre sálvame en ninguna de sus versiones. Pero sí recuerdo que hace ya muchos años, Antonia Dell’Ate protagonizó una de las más sonadas venganzas públicas contra su pareja en una emisión épica de La máquina de la verdad. Entonces sí lo vi. Fue un escandalazo mucho antes de que existiera el me too y el yo sí te creo.

He leído en la prensa seria todas las implicaciones de una serie documental sobre la vida de Rocío Carrasco, programa que no vi pero mucho más de tres millones de espectadores, sí. Al parecer, fue un desgarrador testimonio más valioso si cabe o morboso porque tras veinticinco años de silencio incluía gravísimas acusaciones de malos tratos a un marido juzgado ya y declarado inocente.

Comprendo aunque no me guste que esa televisión tenga su público. Lo que me parece inadmisible es que forme parte de ese Gran Carnaval de las vísceras la propia ministra de Igualdad, que se dedique a hacer política a golpe de tweet y que se pase por el forro la presunción de inocencia, actitud sumamente imprudente, frívola e impropia de quien desempeña un cargo de tanta responsabilidad. Considero que nuestros políticos, como dijo el otro día Nadia Calviño, y más en esta crisis sanitaria, cuando la vacuna falta y el miedo sobra, deberían estar a la sustancia. No es el caso.

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