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Fernando Ramón

Montaña rusa

Una mujer en un balcón durante el confinamiento domiciliario de 2020.

Nos anunciaron quince días de un extraño confinamiento para doblegar una pandemia que irrumpió entre nosotros con la virulencia de otras épocas. Desde entonces, hace ya más de un año, emprendimos un insólito viaje en una montaña rusa que a velocidad de vértigo va subiendo empinadas cuestas con sacrificios estratosféricos insospechados hasta en las peores pesadillas.

Cuando llegamos al punto álgido, cuando creíamos que ya habíamos superado el peor escenario posible, como ocurrió en la primera ola, cuando pensamos que se había superado la maldición de nuestros tiempos, volvemos a caer, de golpe, con una fuerza inusitada al vacío: la segunda ola. Recapitulamos, nos mentalizamos. Si fuimos capaces de salir adelante en un escenario de ciencia ficción, cómo no vamos a ser capaces de seguir resistiendo. De eso se trata. De resistir, porque resistir, al fin y al cabo, es vencer.

Los estragos, contabilizados en fallecimientos y en ruina económica, se agigantan todavía más, como si creyéramos que no es posible un mayor hundimiento. Pese a los caídos en el combate, pese a las pérdidas desorbitadas, la tenacidad y el esfuerzo vuelven a sacarnos adelante. Hemos superado la tercera ola. Hemos alcanzado un nuevo vértice culminante, enarbolando la bandera de la esperanza que nos concede la vacunación ya iniciada y anhelando poder escribir el final de este precipitado viaje. Sospechábamos que con la inmunización en marcha derrotaríamos a este letal coronavirus más pronto que tarde.

Pero sin tiempo para recuperar escenarios de antaño, volvemos a asomarnos al abismo. La cuarta ola está al acecho. Solo nos queda la resiliencia para seguir sorteando los obstáculos y sobrevivir. ¿Hasta cuándo?

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