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José A. García del Castillo

LA PLUMA Y EL DIVÁN

José A. García del Castillo

Síndrome del salvoconducto

La imaginación es un importante recurso para conseguir un salvoconducto en estos tiempos, y nadie más creativo que los españoles para inventarse cosas

Síndrome del salvoconducto

Desde que comenzó esta terrible e interminable pandemia, se han visto anulados algunos de nuestros derechos fundamentales. Uno de los más representativos, por su incidencia y su repercusión entre la población, es el de libertad de movimientos. En consecutivos intentos desesperados por minimizar las relaciones y los contactos sociales, se han ido promulgando diferentes formas de restricción que han desembocado en un alto malestar y, sobre todo, en una sucesión de búsqueda de soluciones creativas para esquivar las limitaciones.

Los más arriesgados son los que se lanzan al vacío sin paracaídas. Cuando tienen la necesidad de moverse, lo hacen sin pensar en ninguna de las posibles consecuencias. Salen y entran a cualquier hora, recorren territorios acotados perimetralmente y se saltan todos los controles sin miedo a lo que les pueda suceder. De hecho, son muchos, demasiados, los que son cazados in fraganti y sancionados con cuantiosas multas.

En el extremo contrario están los más seguros, es decir, aquellos que cuentan con una justificación inapelable de que tienen que moverse libremente por cuestiones laborales, pudiéndolo acreditar siempre que se les solicite.

Y en el centro está la gran masa de personas que sufren en silencio las restricciones, con el miedo en el cuerpo y la ansiedad a flor de piel. Son conscientes del peligro de moverse y contagiar o ser contagiados, pero luchan por resarcirse de tanta norma y tanta cortapisa que arruina sus vidas.

La imaginación es un importante recurso para conseguir un salvoconducto en estos tiempos, y nadie más creativo que los españoles para inventarse cosas. Salir de casa a deshora puede suponer un subidón de adrenalina. Si eres parado por la policía tienes que justificar qué haces en la calle y lo más socorrido es decir que vas a la farmacia o que tienes que asistir a un familiar enfermo.

Cuando se trata de cambiar de provincia o comunidad autónoma la cosa se complica un poco más. Se puede pedir cita médica y que te envíen el justificante con día y hora marcada en el documento o bien conseguir un salvoconducto para llevar tu coche a la revisión o cualquier otra cosa creativa que justifique documentalmente que tienes el derecho de moverte.

Lo que está claro es que la anulación de este derecho conlleva un síndrome que podemos llamar del salvoconducto. Los síntomas más característicos serían el aumento de adrenalina, pensamientos embarullados para poder justificarte, ansiedad, retortijones de estómago y cartera repleta de dinero para pagar las multas. Y todo esto, siendo consciente de que te juegas tu salud y la de los demás.

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