Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jorge Fauró

Cajas vacías, cajas llenas y cajas B

La economía cabe en distintos tipos de cajas: la del mendigo de mi barrio, la de Toni Cantó, la de los tránsfugas y las cajas B de los partidos.

Un mendigo en el centro de Alicante

En una calle céntrica de una ciudad muy principal de España, paso cada día de camino al trabajo por delante del mismo mendigo, un ciudadano del Este de Europa al que todavía no he conseguido verle la cara porque la hunde entre las manos de pura vergüenza. Descalzo y asomando ambas piernas hasta la mitad de las tibias, tiene la piel ennegrecida, a ronchas, cuarteada por el frío del invierno y la falta de higiene. Un mendigo de manual. Lo más parecido a algo nuevo y reluciente que atesora entre sus pertenencias es la caja blanca de zapatos donde aguarda a que los transeúntes le suelten unas monedas para ir pasando el día. La caja está vacía y ahí se acaban sus posesiones. Ni siquiera exhibe un letrero de cartón con faltas de ortografía ni un fiel animal de compañía que comparta con él su miseria.

Me habría gustado echarle unas monedas de no haber sido porque la pandemia ha reducido a la nada el tintineo del latón en los bolsillos. El temor al contagio ha universalizado el uso de la tarjeta y reducido al recuerdo de hace un año la tenencia de calderilla o billetes, palabras que fueron de uso común y que hoy andan asociadas al virus, las bacterias, el transfuguismo y los pagos en negro. Si ya es un privilegio tener dinero en la tarjeta, imaginen las perspectivas de quienes piden en la calle, que ven pasar cada día a miles de personas que financian su vida a plazos. Quien pueda. La paradoja se cruza aquí con la contradicción. Se pide limosna a quien hace tiempo que no lleva dinero encima. A perro flaco todo son pulgas, dice el refrán. La pandemia ha hurtado a los pobres las probabilidades de que la compasión de la ciudadanía les regale unas monedas. La caja blanca del mendigo no alberga ni los céntimos de muestra.

Hay cajas vacías como la del mendigo y cajas llenas como las de algunos políticos. Me viene a la mente Toni Cantó, el hombre de moda. Lleva varios años haciendo caja en política. Primero con UPyD en Madrid, luego con Ciudadanos en València y ahora lo intenta con el Partido Popular, si es que se lo permite Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid es una abanderada del trumpismo tontorrón y de la gestión de la nada. Apenas se le conocen iniciativas a su Gobierno y pasará a la historia como la gobernante que dijo que los turistas europeos del botellón vienen a Madrid a ver museos en la pandemia. Pero Ayuso tiene su amor propio y entre ella y Miguel Ángel Rodríguez decidirán de qué modo le permiten a Cantó seguir viviendo del cuento y de sus mensajes en Twitter, donde actúa (es lo suyo) de agitador. Aun arrumbado en la Asamblea de Madrid, a Toni Cantó no le faltará calderilla.

La economía cabe en distintos tipos de cajas: la del mendigo de mi barrio, la de Toni Cantó, la de los tránsfugas que huyen del partido que les puso en las listas y eligen mantener el sueldo y el coche oficial. Y luego están las cajas B. Se habla mucho de caja B en las últimas semanas. El “peligro” son los socialcomunistas, nos advierten, pero llevamos años viendo desfilar a antiguos miembros del Gobierno de España por los juzgados, las audiencias nacionales y provinciales y los altos tribunales. Dónde está el peligro. Comunismo o libertad. Cuando hablan de comunismo ya sabemos a quién se refieren, pero quienes avisan contra el socialcomunismo nada tienen que ver con la libertad, que está muy lejos de lo que estamos escuchando estos días por boca de Bárcenas, J. Arenas o M. Rajoy. Caja B o libertad. Hace tiempo se hizo viral aquel tuit de una persona delante de un cajero automático: nos dijeron que debíamos vigilar a nuestra espalda por si nos robaban, cuando en realidad debíamos cuidarnos de lo que teníamos delante.

El mendigo de mi barrio nada sabe de estas cosas. Continúa apostado junto a la puerta de entrada de unos grandes almacenes junto a su caja vacía. Algunos tratan de salvar su dignidad como pueden. El hombre descalzo junto al que paso a diario se cubre la cara con las manos para disimular su vergüenza. El hombre de la caja llena declara con mascarilla desde su despacho libre de virus. Casas con despacho y vivir en la calle. Cada cual oculta su vergüenza con lo que tiene.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats