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Francesc Sanguino

El comisario franquista y el capitán Dickson

Homenaje a las víctimas de la Guerra Civil

Yo estuve allí este domingo, en esa celebración que marca la Ley por la que se conmemora la salida del Stanbrook con miles de alicantinos a bordo. El capitán Dickson tuvo que tomar una decisión: salvar vidas o cumplir con su obligación contractual. Y eligió echar por la borda toda la carga y aceptar a bordo a tres mil personas. Personas que se libraron de ser encarceladas, confinadas en el campo de concentración de Albatera y posiblemente asesinadas. Pudieron llegar a Argelia. Muchos de ellos se convirtieron en vecinos de Orán, algunos nunca volvieron a su tierra. A los seis meses de aquella decisión, el Stanbrook se hundió a causa de los torpedos de un submarino nazi, un submarino que había tenido como dedicación básica hundir buques republicanos. Dickson murió en ese ataque y el buque mercante reposa en el fondo del Mar del Norte desde entonces.

En este Domingo de Stanbrook, las ideas más expresadas fueron la de la reconciliación, la de la ausencia de rencor, la de la necesidad de recordar para no repetir una guerra como aquella donde “se mató por nada”, como referenció el president Ximo Puig. Toñi Serna nos contó que uno de aquellos tripulantes fue su abuelo. Lucía Izquierdo habló de la importancia de que los familiares se reencuentren con las víctimas para recibir sus restos, darles una sepultura digna y, sobre todo, “tener un lugar donde dejar unas flores” para su recuerdo.

Algunos años después de que las tropas fascistas italianas invadieran la antigua plaza Joaquín Dicenta (ahora plaza Puerta del Mar), años después de que echaran al mar el busto del dramaturgo alicantino, venerado en tantas procesiones cívicas durante los años treinta; años después de sus celebraciones en la pequeña escuela de la calle Madrid por haber ganado la guerra para Franco, años después de que el Campo de los Almendros quedara vacío de almas, de que el Campo de Concentración de Albatera fuera borrado, hubo otros capitanes Dickson en Alicante. Fueron capitanes anónimos que ayudaron a aquellos republicanos a embarcar en secreto y salir de su tierra para siempre.

Hace años supe que un comisario franquista, con la ventaja de tener información privilegiada, se dedicó a buscar buques en los que poder introducir a republicanos investigados o perseguidos. De ese modo, pudo sacar a algunos de ellos, ignoro el número real. El propio comisario fue seguido e investigado. Una noche que acompañaba a alguien al que iba a introducir en un buque, se dio cuenta de que le estaban siguiendo. No dudó en continuar con su plan, apretó la marcha y subió a bordo ante el estupor del fugado y del capitán cuando lo vio a ascender por la escala. Esta vez, el comisario supo que tendría que quedarse allí. El capitán pidió permiso para soltar amarras y zarpó.

Nada más salir de la bocana, el comisario se lanzó desde la borda con abrigo y sombrero, y ascendió hasta su casa esquina con la avenida Benito Pérez Galdós empapado hasta los huesos y aterido de frío, donde le esperaba su esposa y su única hija, una esposa acostumbrada a quedarse esperando hasta la madrugada, una esposa que también había llegado a Alicante en un buque en 1918, desde Barcelona, huérfana de padre y madre por la gripe española.

El comisario siguió ayudando a republicanos, nunca fue detenido y con el paso de los años terminó jubilándose en Alicante, donde nació también su única nieta. Y su único bisnieto. Yo conocí a la esposa del comisario hace casi veinte años, cuando ella contaba ya con 94 años.

Hoy, sentado frente al Muelle 4, de donde tantas almas salieron para siempre, de pronto me ha venido a la mente la vieja historia del comisario de Pedro de nuevo. Me he quedado absorto mirando la lámina de mar y el vaivén de los yates de lujo pensando en por qué algunas personas toman ciertas decisiones: salvar a tres mil personas como salvar una sola vida durante una fría madrugada de posguerra, con todo por perder. También he pensado que, en mayor o menor grado, todos debemos recordar sus decisiones para tomar semejantes cuando nos toque, aunque sea en casos mucho menos históricos que los del capitán Dickson o el comisario de Pedro. Seguro que ellos tampoco consideraron nunca sus decisiones como históricas. Y seguro que, en unos años, tras esta pandemia, también reconoceremos otras nuevas como históricas. También reconoceremos las decisiones más mezquinas con claridad diáfana.

Quizá solo por eso, como dijo Ximo Puig en este Domingo de Ramos, en este Domingo de Stanbrook, mantenemos la fe en el ser humano, no nos rendimos, no cejamos, seguimos recordando, excavando en la tierra de la memoria, regando nuestros valores democráticos con ese rayo de luz eterno con el que hacía versos Miguel Hernández: siguen vigentes los mismos sustantivos: libertad, igualdad y fraternidad.

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