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Vacunación profesores de Elche en el pabellón Esperanza Lag

Me siento afortunado. Me siento dichoso de formar parte de los varios centenares de profesores, maestros y personal no docente de la provincia de Alicante que este pasado fin de semana hemos sido vacunados contra la covid. Al personal de los centros de educación de la Vega Baja se nos citó en su capital, Orihuela, donde ya hemos recibido la primera dosis de la vacuna astrazeneca. No proseguiré sin dar la enhorabuena, con mayúsculas, a quien corresponda, por la meticulosa y magnífica organización que tuvo este acto tan importante y que posiblemente, en un futuro, se vea reflejado en los libros de historia. El presidente de la Comunidad Valenciana ha insistido en que la vacunación de los docentes serviría como un gran ensayo para evaluar la capacidad del sistema valenciano para el suministro masivo de vacunas a la población en general. Por mi parte, la organización de este acto experimental de vacunación intensiva ha sido impecable; si tuviese que calificarlo no dudaría en poner una nota muy elevada.

A intervalos de media hora, en el pabellón Bernardo Ruiz de la ciudad oriolana, se fueron dando cita el personal de los distintos centros educativos del bajo Segura. Ya en la entrada se apreciaba en los rostros de los compañeros y compañeras que iba a ser una mañana cargada de emociones, como así anticipaba el semblante de muchos rostros, ya saben, el espejo del alma. Algunos cargaban con la incertidumbre, la tensión y el desasosiego que suponía el vacunarse con la tan vilipendiada vacuna británica. A otros, se les veía con rostros ilusionados, incluso con alegría y con la esperanza que supone el paso de la vacunación para acabar con esta interminable pesadilla en forma de pandemia que seguimos viviendo. Todo dentro de la normalidad. El cúmulo de sentimientos tanto de los más cautelosos como los de los más optimistas entran dentro de los efectos primarios de una vacuna tan conocida, para lo bueno y más para lo malo, como es astrazeneca.

Nada más entrar en el pabellón, un nutrido grupo de personas, con un trato exquisito, nos fueron indicando dónde colocarnos y a qué teníamos que estar atentos para que el proceso fuese fluido, como así fue. A muchos de los que entramos allí y a pesar de las mascarillas, enseguida nos dimos cuenta de que estábamos como en familia. Allí, atareados con sus quehaceres, ya adultos y embutidos en sus uniformes de policías, de enfermeros, de personal de limpieza o como voluntarios de la cruz roja estaban los que, en un pasado, no muy lejano, fueron nuestros alumnos. Chicas y chicos que hace nada que los veíamos deambular por los centros educativos desde primaria a secundaria, primero en cuerpos de niños, después en el de adolescentes. Y allí los teníamos otra vez, ahora como jóvenes adultos, llevando a cabo una maravillosa labor de forma impecable, tanto emocional como profesionalmente. No me sorprendió el sentimiento de orgullo que invadió mi cuerpo desde el momento en que reconocí a alguno de ellos. Aquellos adolescentes con los que compartí aula, sueños, llantos y alegrías volvían a estar frente a mí como personas experimentadas llevando a cabo su labor de forma impecable. Solo de pensar, de imaginar que en una pequeñísima proporción yo había colaborado en que ellas y ellos pudiesen realizarse como personas, me llenó de satisfacción. Parte de mi trabajo como docente había germinado en aquellos profesionales, en las mismas personas en las que el sábado depositamos nuestras esperanzas, nuestros miedos, alegrías y nuestros pesares. El poder ser testigos de cómo tus exalumnos se desenvuelven magistralmente en tareas de importancia, en el mundo de los adultos, en el mundo de las responsabilidades, es el mejor regalo que puede recibir cualquier docente.

La gratitud en silencio no sirve de nada, es por eso por lo que yo sí quiero gritar a los cuatro vientos mi agradecimiento. Gracias en primer lugar por haber sido elegido para recibir la vacuna anti-covid aunque haya sido en una prueba piloto, en un ensayo general para futuras vacunaciones intensivas. Gracias a mis padres, a mi hermano, por su empeño en hacer posible mis sueños, lo que me ha permitido que hoy forme parte de esta gran familia como es la de la docencia. Gracias por darme la oportunidad de poder ver parte de los resultados de mi trabajo fuera de estadísticas y de los fríos tantos por ciento. Y gracias a vosotros, educadores, maestras, profesores y personal no docentes de los centros educativos que día a día seguís exprimiendo vuestras experiencias y conocimientos para continuar con la forja de niños y adolescentes, por seguir poniendo vuestro granito de arenan en la formación, en la educación de esos futuros adultos en cuyas manos recaerá la responsabilidad de mover los hilos de nuestra futura sociedad. Solo me resta unirme y suscribir las palabras de la estadounidense Hellen Keller. La escritora y activista política, sordociega desde que apenas tenía dos años, en las primeras décadas de 1900 decía: “Se me ha dado tanto que no tengo tiempo para reflexionar sobre lo que se me ha negado”.

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