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Mari Carmen Díez Navarro

Los remiendos de Naruto

Marisol Anguita

El amor por Naruto y su gloriosa estirpe de ídolos de ojos inclinados es un fenómeno que crece por momentos y que cada vez es más adictivo y «atrapador» para los adolescentes y preadolescentes de hoy, aunque también para bastantes adultos.

Quizás por ser orientales, o sea, desconocidos, insondables, lejanos. Quizás por estar revestidos de unas cualidades de semihéroes, de poderosos luchadores, de genios invencibles. Quizás porque se apartan tan bruscamente de lo cotidiano y lo familiar, que hacen sentir que al contemplarlos, se sale uno de la realidad diaria y queda inmerso en una lujosa aventura. Quizás porque sus creadores saben venderlos muy bien.

Este cómic, cuya trama creó Kishimoto y que fue ilustrada por Ikemoto, se presenta con una estética muy característica, con algunos puntos de belleza ahogados en estereotipos. Y como ocurre con otros fenómenos parecidos, procuran extender el interés provocado a otros elementos, el conjunto de los cuales produce grandes beneficios al «negocio-fenómeno Naruto»: once películas, cómics semanales, la propia serie con miles de capítulos, y, claro está: ropa, bolsos, cuadernos, juegos, cajas, etc.

El lenguaje utilizado es diferente al habitual, con palabras desconocidas y especiales, nombres que requieren fidelidad para ser retenidos y una simbología muy particular, que genera entre los iniciados una especie de argot, que conforma un ambiente y acentúa la sensación vincular y de pertenencia en los grupos de niños y jóvenes que frecuentan la serie o la revista.

El contenido es lo que menos claro queda entre tanto ninja y tanta hojarasca oriental. Parece que Naruto y su equipo buscan liderar un grupo, abogando supuestamente por la justicia, pero para lograrlo, hay luchas continuas contra los paladines del mal, abundancia de superpoderes e incluso algún que otro monstruo. Le he pedido a mi nieto de once años que me dijera de qué trata la serie de Naruto y me ha hecho un resumen de lo más conciso:

- «De ninjas y de luchas». ¿Nada más?, he insistido. «Bueno, sí, pasan muchas cosas, pero todas son parecidas: ataques, peleas, poderes».

La propuesta es guerrera, lo que facilita que a los jóvenes espectadores de esta serie les sea fácil identificarse con los protagonistas, que, además de ser jóvenes como ellos, son fuertes, bellos, veloces, inteligentes y tienen unos extraordinarios superpoderes que les permiten vencer y unas habilidades para la lucha que los hacen envidiables.

En los cuentos populares, en los mitos y en las leyendas también hay personajes atractivos a los que desear parecerse. Y estas identificaciones son importantes para la construcción de la personalidad, ya que son como una especie de «enamoramiento» de las características de otros, con las que se aprende a elegir maneras, a decantarse por el modo de ser que más nos gusta, a conocer experiencias, a saber de otros. La diferencia está en que los personajes de los cuentos suelen aportar valores como: el respeto, la protección, el esfuerzo, la ayuda, la valentía, la perseverancia y demás cualidades que guían hacia el bien y la concordia, dando pistas humanizadoras y pacíficas. Y lo que propone la serie de Naruto es: la lucha a ultranza, el dominio, el desprecio de la debilidad de otros y la ignorancia de las personas.

Y es que los creadores de Naruto, con su técnica eficaz y su estudio del mercado joven, no solo han sabido poner de moda un estilo, una historia de fantasía y un ritmo vertiginoso, sino también unos mensajes de fondo que giran en torno a la competición, la violencia y el control, aunque en apariencia la acción se centre en un equipo y en la amistad entre sus miembros.

El caso es que si los jóvenes y los niños ven estas películas regularmente, hay un peligro de despersonalización y encallecimiento de la sensibilidad casi inevitables. Se acostumbran tanto a ver luchas y confrontaciones, que apenas les dan importancia. Y aquí los adultos entramos en una contradicción: por un lado hablamos a los niños y niñas de respetar a los demás y de no atacarlos, y por otro les permitimos que sucumban ante la fascinación de unas películas que lo que sugieren es justamente lo contrario. Es como si delante de Naruto y demás familia, miráramos hacia otro lado, dejando a los niños a merced de estos nuevos oráculos, que parecen entretenimientos, pero que lo que hacen es influir negativamente en su manera de concebir las relaciones entre las personas.

Por razones de experiencia los adultos vemos al trasluz bastantes de los remiendos de Naruto. Remiendos que hablan de alienación, de insensibilidad, de dureza, de violencia, de cosificación de las personas, de control y de dinero. Pero los jóvenes no perciben remiendo alguno. Ellos están en un momento en el que se ponen en cuestión las figuras familiares, se desea huir de lo conocido, se necesita al grupo de iguales, se busca definir la identidad, se idealiza el éxito…, así que estos modelos de identificación que funcionan con contravalores, les atraen irresistiblemente.

Y como el negocio va ampliando su radio de influencia, ya hay muchos niños pequeños que de mayores quieren ser Narutos, hacerse ninjas y hablar japonés. Lo cual marca época, tendencia y preocupación. Estemos alerta y no dejemos a nuestros niños y jóvenes a merced de los móviles, los ordenadores o la televisión. Detrás de cada pantalla hay un seductor Naruto que puede convencerlos de que la violencia es la sal de la vida.

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