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Juan  Giner Pastor

La Semana Santa antaño

Como también este año 2021 la covid-19 ha obligado a suspender las procesiones de la Semana Santa, señalo el contraste entre el sentido vacacional e, incluso lúdico, que para muchos tiene hoy la Semana Santa, mientras que durante las décadas de los años cuarenta a sesenta del pasado siglo las jornadas consideradas desde los primeros tiempos de la Iglesia como la época más santa del año a causa de los grandes Misterios que en ella se celebran, estaban envueltas por un ambiente devocional y litúrgico que culminaba cuando, el Viernes Santo, se paralizaba prácticamente toda la ciudad con el cierre de bares, cines, teatros y cuanto pudiese suponer un motivo de actividad distinta a lo que oficialmente se creía propio de aquel día de dolor por la muerte de Cristo. El matutino “Sermón de las Siete Palabras”, en la Colegiata de San Nicolás, congregaba a multitud de fieles para escuchar esta emotiva meditación sobre las siete frases pronunciadas por Jesús desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”. “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre”. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. “Tengo sed”. “Todo está cumplido”. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Había predicadores que eran verdaderos especialistas en un despliegue de oratoria que iba desde lo lírico a lo tremebundo y desde lo teológico a lo emocional.

Así, la asistencia a los oficios religiosos y a los conciertos sacros, la visita a los “monumentos” en las iglesias acompañando a las damas ataviadas de peineta y mantilla, y la participación en las procesiones, ocupaban las horas de asueto de los alicantinos durante estas fechas, en las que el turismo era inexistente y la religiosidad impregnaba fuertemente todas las manifestaciones de la vida ciudadana. Y en una época de tonos predominantemente grises, las procesiones de Semana Santa eran auténticos espectáculos primaverales a cielo abierto en los que la música, el colorido de las túnicas de los nazarenos, la fragancia de las flores ornamentando la espectacularidad emotiva de las imágenes en sus tronos y la devoción popular y sincera se amalgamaban con el significativo despliegue de autoridades y jerarquías políticas, civiles y militares.

Fueron estos años una etapa de auténtico auge de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa, creándose muchas de ellas, renovándose las más antiguas y, sobre todo, aportando al acervo artístico alicantino piezas nuevas de gran belleza, destacada categoría escultórica y piadosa unción, como las tallas del imaginero sevillano Castillo Lastrucci y de los alicantinos Fulgencio y Rafael Blanco, que venían a sustituir a las desaparecidas lamentablemente durante el periodo de la República. También se ha de resaltar la aportación artística en el bordado de mantos y estandartes que supuso el taller de don Tomás Valcárcel Deza, personaje omnipresente en las distintas manifestaciones festivas de la vida alicantina de aquella época.

Por los demás, participar como espectador o nazareno en los desfiles procesionales era para muchos jóvenes un motivo de cambio en la rutina diaria, una oportunidad de salir en horas desacostumbradas e, incluso, de presumir luciendo sus vestas y capas después de la procesión, momento de planificar con la pandilla de amigos y amigas las meriendas de la próxima Pascua. Porque la gastronomía tenía un protagonismo importante en las fechas pasionistas y estos días de ayuno y abstinencia promovieron una tradición culinaria insustituible en nuestras costumbres populares más auténticas.

Pero entonces, como ahora, para los fieles devotos la asistencia a los oficios religiosos del Jueves y Viernes Santo, la identificación con el drama de la Pasión de Jesús, contemplando las sagradas imágenes procesionales como reflejo del sufrimiento que nos rodea, eran motivo de sincera reflexión y auténtica piedad, renovadoras de la fe y del compromiso vital de quienes saben ver y saben comprender el significado profundo de la Semana Santa, que en aquel tiempo terminaba en la mañana del Sábado de Gloria, con el repique de las campanas de la Colegiata y las demás iglesias, acompañado del revoloteo de las aleluyas que se lanzaban desde los balcones y ventanas, mientras que muchos comercios rompían contra el suelo los botijos que después se renovarían en la feria de la Santa Faz. Ya que la Pascua tiene en Alicante un epílogo especial, con la celebración, el jueves de su octava, de la romería al monasterio donde se venera la querida reliquia de la Faz Divina. Una romería que antaño era fundamentalmente religiosa y popular, sin el alarde de autoridades políticas que ahora se muestran. Porque para los alicantinos la festividad de la Santa Faz manifiesta el arraigo de un sincero fervor que supera los siglos y las circunstancias.

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