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Rafael Simón Gil

13, Rue del Percebe

"13 Rúe del Percebe", en 3D EMILIO NARANJO (EFE)

Hace ya algunos años que, en contra de mi voluntad y por imperativo legal, he dejado de ser un niño. Bien que lo siento. Y créanme que he intentado todo lo humanamente posible por doblegar al implacable Cronos: desde luchar contra la ley de la arruga es bella en las onerosas fuentes de la eternidad que me ofreció un balneario suizo rodeado de momias egipcias, pasando por un tratamiento frankensteniano de lobotomía cuántica para jibarizar el tiempo, hasta una operación de linfting en la foto del carnet de identidad donde se me prometía quitarme quince años y solo fueron quince días (en homenaje a Gila). En todas esas experiencias en busca del tiempo ganado para ver si lo perdía, en vez de llevar conmigo la obra de Proust acompañado de unas magdalenas sin azúcar, me proveí de unos cuantos ejemplares de la insuperable revista Tío Vivo para volver a la infancia. En la última página de cada tebeo aparecían unas viñetas dibujadas por Ibáñez (Blasco no, Francisco) tituladas 13, Rue del Percebe. No les cuento qué carpetovetónicos personajes vivían en aquel singular edificio porque la memoria de hoy, aparte de la histórica, solo tiene unos minutos de antigüedad, con lo que resulta imposible trasladarla a aquellos tebeos. Pero recuerdo muy bien el nombre de la calle: 13, Rue del Percebe.

Existe en España y sus regiones una vesánica compulsión iconoclasta destinada al cambio del nombre calles de cualquier ciudad o pueblo, amparada en una inquisitorial interpretación de aspectos más que discutibles de la ley de Memoria Histórica. Parece como si ciertos gobernantes no tuvieran otra misión en su vida que la de cebarse en la frenética carrera por ver quién cambia antes el nombre de sus calles y quién cambia más. Una ludita visión del callejero urbano a mayor gloria de muchos indocumentados e indocumentadas que han logrado así el mezquino placer de saborear los vapores del cainismo más secular al que se ve sometido España cíclicamente. Estoy convencido que si dependiera de ellos y ellas, la surrealista 13, Rue del percebe habría sido sometida hoy a sesudas reflexiones de un comité de sabios para, tras cobrar un suculento estipendio, informar al ayuntamiento de turno si percebe se refiere al crustáceo cirrípedo (en cuyo caso la calle continuaría), o es sinónimo de tarado (con lo que la calle sería destinada a la hoguera por políticamente incorrecta). Así está España.

El Ayuntamiento de Palma de Mallorca, que vive de los turistas alemanes e inglesas que llegan a la ciudad, muchos de ellos, para beberse hasta la última gota del mar mientras vomitan en la calle, alborotan la convivencia ciudadana non stop y practican balnconing en tanga (pero gracias a los cuales viven y cobran todos los meses los políticos de esa región española sin riesgos de Ertes, rebaja de sueldos o despidos), el Ayuntamiento, digo, acaba de canonizar un cambio del nombre de sus calles en aplicación de la ley de “ignorancia histórica”. Para que ustedes dos comprueben que los munícipes mallorquines no actúan por revanchismo, resentimiento, rencor o puro odio a todo lo que suene español, han quitado el nombre de las calles Cervera, Churruca, Gravina y Toledo. Y lo hacen cobijándose en un comité de expertos cuyos nombre y méritos son tan conocidos como los del comité de sabios que asesora a Sánchez en la pandemia.

Doy por amortizado que con la educación que hay en España y sus regiones, para todos esos políticos nacidos en el boom de la ignorancia, los nombres de los marinos Cervera, Churruca y Gravina puedan sonar a furibundos fascistas a las órdenes de Franco (no el exdelegado del Gobierno en Madrid, antes licenciado en matemáticas según su currículum cuando no lo era, y ahora presidente del Consejo Superior de Deportes cuando sí lo es; ese Franco no, el otro). Pero hete aquí que Churruca y Gravina murieron en 1805 y 1806 a consecuencia de las heridas recibidas en la batalla de Trafalgar, y el almirante Cervera, héroe de Cuba, en 1909. Es decir, los tres murieron a las órdenes de Franco (el aritmético no, el otro) en plena Guerra Civil Española. En cuanto a la ciudad de Toledo, represaliada por el alcalde de Palma de Mallorca por fascista, no solo es una de las más bellas de España, sino que simbolizó la convivencia pacífica entre católicos, judíos y musulmanes; fascismo en estado puro. Ante la avalancha de críticas por la iletrada, bodoque y sectaria decisión del consistorio, el alcalde socialista contestó no haber profundizado en esa parte de la historia, por eso no conocía a ninguno de esos marinos. Ignorante en Historia… y Geografía, digo, porque tampoco parece conocer Toledo (ciudad USA, en el Estado de Ohio, que se unió al fascismo español por videoconferencia).

Mi abuelo paterno, Carmelo Simón Pla, ilustre alicantino con calle propia, vivió y murió en la calle Teniente Robles, al lado de Doctor Gadea. Allí lo recogíamos mis dos hermanos y yo todos los domingos por la mañana para acompañarlo a misa en Nuestra Señora de Gracia. Tras esas acciones tan políticamente incorrectas (acompañar a tu abuelo y además a misa), solíamos pasear por la Explanada absortos con las historias alicantinas que nos narraba. La calle ya no se llama así, ahora la ocupa el humorista Forges (con cuyas viñetas he disfrutado), un ilustrísimo alicantino con importantes contribuciones a esta ciudad, como es bien sabido. ¿Y por qué no Martínez Soria, Cassen o Gracita Morales? ¡Qué humor! O mejor, 13, Rue del Percebe, por la cantidad de percebes que hay en España. Y bien caros que nos cuestan. Pero ellos y ellas no lo saben. A más ver.

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