Nunca me han gustado los gusanos de seda, cuando era pequeña tuvimos en casa pero era porque mis hermanas sí querían y se encargaban de ellos. Hace tres semanas estos animales llegaron al colegio y mi pitufa, día sí día también, insistía en que quería traerse a casa. Yo la ignoraba o le decía que tenía que pensarlo, pero ella, cansada de esperar una respuesta, optó por ir a su padre, que no puso ninguna traba. Así que aquí estamos, con una caja de zapatos con 26 gusanos de seda y cogiendo hojas de las moreras.
Reflexionando sobre ellos, me dio por pensar que tampoco comulgo con aquellos que incumplen las normas (mañana conoceremos los datos tras cuatro días y noches de fiesta y nos echaremos las manos a la cabeza), o con los que realizan promesas que luego no pueden materializar, o con quienes en las medidas para combatir el coronavirus un día anuncian una cosa y al siguiente la contraria, como si no tuvieran claro lo que hay que hacer, a estas alturas.
Y ya saben lo que pasa con los gusanos, que hacen capullos y luego se convierten en mariposas, que vuelan ajenas a los peligros que les ofrece la naturaleza.
PD: El lunes pasado decía que a mi suegro todavía no le habían llamado y justo ese día lo hicieron, el martes recibió la primera dosis. Así que aprovecho e informo de que mis padres, de 75 y 72 años, aguardan la vacuna, lo mismo vale con que lo escriba aquí y les llaman hoy, ¿verdad? Ojalá fuera así de fácil. La Generalitat anuncia un aluvión de vacunas para esta semana, pero el Domingo de Resurrección y hoy no se administran dosis. A su ritmo, que no hay prisa.