Tienes a ocho actrices de primera a disposición. Tienes al director José Carlos Plaza. Quieres promocionar el estreno nacional de ‘La casa de Bernarda Alba’, e invitas a la prensa con una de esas listas interminable de contactos de correos electrónicos.
Asisten dos periodistas. Ni una cámara de televisión. Ni un micrófono. De las sillas preparadas quedan diez vacías. ¿No hay nadie que acuda por el mero goce de asistir? ¿Todo el mundo está tan ocupado?
El réquiem de las ruedas de prensa culturales es muy doloroso. Yo me incorporé a ellas en el Alicante de 1989, con la ilusión de un niño. Nada se agradece tanto como lo que se anhela, y como a mí me costó llegar hasta ahí, saboreé cada encuentro como si fuera el primero. Teniendo 27 años, a la fuerza tenían que ser tiempos dulces, pero es que la ciudad se disponía a vivir su V Centenario, y Lassaletta tiró la casa por la ventana. Mientras el Principal estaba en obras, su programación pasó al Paraninfo de la Universidad. Al tiempo, el Aula de Cultura de la CAM ofrecía artillería pesada.
Confieso que para mí la rueda de prensa en ocasiones supera al acto en sí, del mismo modo que el ensayo general al concierto. Es como una cata de caviar antes de la cena. La rueda de prensa sigue siendo (aunque cada vez menos) en Madrid y otras ciudades una reunión de compañeros entre los que alumbrar ideas.
En Alicante las ruedas de prensa culturales han devenido en un trámite. Las de las últimas Muestra de Teatro se cancelaron con la excusa de la pandemia. De convocarse, en las de la próxima podrían ser endogámicas: para la prensa de la propia Muestra. Qué pena.
