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Joaquín Rábago

Desfile kitsch con las momias de los faraones

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Egipto pasea a momias de reyes y reinas por El Cairo

Asistimos el otro día, gracias a la pequeña pantalla, al espectáculo del traslado de las momias de veinte dos momias de faraones por las avenidas de El Cairo hasta el museo de la Civilización Egipcia.

Las momias – 18 de reyes y cuatro de reinas-, que llevaban descansando más de un siglo en el viejo Museo Egipcio de la capital- fueron transportadas en carros en forma de barcas solares y sobre un fondo sonoro de redoble de tambores y música sinfónica.

No sé la impresión que le habrá causado al lector, pero a quien firma estas líneas, el extravagante espectáculo se le antojó más propio del kitsch de Las Vegas que del valle de los Reyes de Luxor, la antigua Tebas, de donde proceden las momias.

Fue ante todo un desfile a mayor gloria del presidente egipcio, el mariscal Abdul Fatah al-Sisi, el hombre que dio en noviembre de 2013 un golpe de Estado que causó centenares de víctimas y que gobierna desde entonces el país con mano de hierro.

Cuentan los cronistas que el desfile se organizó de tal forma que los espectadores de cualquier lugar del mundo que siguieran el espectáculo por televisión no pudieran ver la miseria de los barrios adyacentes a las avenidas por las que discurrió el cortejo con sus cientos de comparsas ataviados a la moda faraónica.

En algunos tramos del recorrido se colocaron paneles para ocultar lo que había detrás y los vecinos se quejaron de las barreras policiales que les impedían salir de sus barrios para ver directamente el espectáculo.

“Podéis verlo desde casa en vuestros televisores”, cuentan que les dijeron los policías del régimen a quienes protestaban por su momentánea reclusión.

Uno no pudo evitar pensar, salvadas por supuesto todas las distancias, en aquel otro espectáculo que organizó en 1971 el sha Mohammad Reza Pahlevi para celebrar los 2.500 años del imperio persa.

Los organizadores de aquel evento, que se calcula que costó 300 millones de dólares, montaron en el entorno de las ruinas de Persépolis una ciudadela con treinta y siete kilómetros de seda para hospedar a más de sesenta reyes, reinas, presidentes, jefes de Estado y otros invitados internacionales.

Para recibirlos a todos, se construyó incluso un aeropuerto destinado a los jets privados y también una nueva autopista de mil kilómetros hasta la capital, Teherán.

Los invitados, entre los que estaban el emperador etíope Haile Selassie, el dictador rumano Nicolae Ceausescu, el príncipe Felipe de Edimburgo o el entonces vicepresidente de EEUU, fueron agasajados durante varios días por miles de soldados vestidos con antiguos atuendos persas.

Algunos historiadores consideran que aquel espectáculo de luz y sonido, también a mayor gloria en su día del sha de Persia, sirvió para consolidar la oposición al régimen al mostrar la enorme brecha entre aquél y su pueblo y sería en cierto modo el detonante de la revolución popular que iba a protagonizar el ayatolá Ruhollah Jomeini desde su exilio francés.

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