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Jesús Murgui

Pascua: ¡Él vive! ¡Ha resucitado!

El Cristo Resucitado en una imagen de archivo

Los relatos evangélicos de la vida de Jesús no son descripciones de vagos recuerdos de un pasado lejano, sino hechos históricos que permanecen vivos en el tiempo. Y la muerte de Jesús no es un martirio entre tantos dramas de opresión y de violencia que afligen en la historia humana, sino el sublime gesto de amor misericordioso del Padre por nuestra redención: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Creer en el Hijo del hombre levantado en la Cruz, es creer en el amor del Padre que nos ha dado a su Hijo por nuestra salvación. Y ese amor que está en el origen de la Cruz, tiene la última palabra sobre el sacrificio, la entrega de Jesús en ella. Ese amor, por tanto, transformó su muerte en vida.

En la cima de la Semana Santa está, la Vigilia Pascual, en la que alborea un nuevo día de un nuevo tiempo, de una nueva creación. Nos abrimos a la esperanza firme que brota del hecho de que Cristo ha resucitado. La losa pesada del sepulcro, con la que se pretendió olvidar su memoria y abandonarlo a la muerte y a la corrupción no lo ha podido retener. El peso de esa piedra no ha podido aplastar la fuerza infinita del amor de Dios que se ha manifestado sin reservas en la Cruz. Los lazos crueles de muerte con que se ha querido apresar para siempre al Hijo de Dios hecho hombre, han sido rotos, no han podido con Él. ¡Ha resucitado! ¡Vive para siempre!

Esto es lo que da sentido a toda la Semana Santa. Su luz se proyecta sobre toda ella, se proyecta sobre la Historia entera –la acaecida o por acaecer- y la llena de una luz única, fuente de sentido, y tan poderosa que nadie la podrá apagar. Esta es la fe que da vida, nuestra fe, la fe de la Iglesia. Quitad la Resurrección y todo sería mero recuerdo, simple plasmación plástica y estética, sin ningún contenido de presencia, de realidad, sin ninguna fuerza de Salvación; seguiríamos si esperanza cierta, en nuestros pecados, en la soledad y la desgracia. Nuestra fe sería vana (Cf. 1 Cor 15, 13-15).

La Resurrección es el acontecimiento culminante y decisivo en el que se funda la fe cristiana, nuestra fe. Y el tema es no sólo de tal envergadura sino también es de tal actualidad, que en plena incidencia de la pandemia que determina el presente de la Humanidad, y ante la debilitación y difuminación de los “contornos” de la fe de muchos cristianos ante la muerte y la vida eterna, los obispos de la Conferencia Episcopal Española aprobábamos y hacíamos pública, el pasado 18 de noviembre de 2020, una Instrucción pastoral, “Un Dios de vivos”. “Sobre la fe en la resurrección, la esperanza cristiana ante la muerte y la celebración de las exequias”, en la que recordábamos tanto los principios más esenciales de nuestra fe al respecto, como algunas aplicaciones prácticas de los mismos. Os animo a todos a conocer esta iluminadora Instrucción pastoral, precisamente en las actuales circunstancias, aún de dolor, muerte e incerteza por la pandemia y sus secuelas, y, ello, suplicando al Resucitado luz y esperanza para estos difíciles momentos.

Especialmente en estos tiempos nuestros, urge y apremia afianzar nuestra fe en la Resurrección del Señor, y anunciarle a Él, a Cristo que verdaderamente ha resucitado de entre los muertos. Sobre esta verdad, sobre esta piedra se asienta todo y sin ella no hay posibilidad de edificar una humanidad nueva y renovada. No podemos silenciarla. Es la gran alegría para todo el mundo, la gran esperanza que los hombres necesitan para poder afrontar el futuro y fundamentar la vida. Esta es la gran verdad que todo hombre, que la humanidad entera, requiere para hallar razones que le impulsen a vivir con sentido y con amor sin reserva alguna.

La Resurrección, decíamos, ha sido el gran gesto de amor; la última y definitiva palabra del Padre hacia su Hijo inmolado en la Cruz. Pues bien, Jesús ha resucitado como primicia y como inicio. Configurado con Él por el Bautismo, el cristiano participa realmente de su vida que permanece espiritual y escondida hasta que será manifestada al final de los tiempos, cuando todo nuestro ser será poseído por la resurrección y la gracia se transfigurará en gloria. Así lo explicaba S. Pablo, con evidentes consecuencias para una existencia verdaderamente cristiana, con estas palabras: “Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscar los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto: vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también pareceréis gloriosos, juntamente con Él” (Col 3, 1-4).

Hermanos: ¡Resucitó! Es el grito de la Iglesia después de siglos y siglos. Es nuestro grito. Nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor. Jesús resucitó y cambia el rumbo de la historia, de la mía y la de la Humanidad. Me hace superar una propia existencia sin resurrección y sin pascua, resignada ante los grandes dolores y los dramas de los seres humanos. La Pascua ha llegado y el sepulcro se ha abierto. El Señor ha vencido a la muerte y vive para siempre. Porque Él vive, y me comunica su vida, el Evangelio es resurrección, es renacer a una vida nueva; hecha, además, por Él, Vida para siempre; Vida eterna.

¡Feliz Pascua!

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