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Antonio Gil Olcina

Confort climático alicantino

Día despejado en Alicante

En el cúmulo de atractivos y dones naturales del espacio alicantino figura, bien destacado, el climático: proporciona notorio bienestar ambiental y extraordinario potencial agrícola, sobre todo en la Región climática del Sureste Ibérico; a la que pertenecen, total o mayoritariamente, las comarcas de la Marina Baja, Alacantí, Medio y Bajo Vinalopó y Bajo Segura. Franja de tierras costeras y prelitorales desde la Sierra de Bernia al granadino Cabo Sacratif (38º44’ a 36º40’N), fachada mediterránea apoyada en las montañas, la susodicha región física ocupa una posición periférica y meridional en la zona de circulación atmosférica general del oeste; de esta situación derivan proximidad a la subsidencia subtropical y lejanía de las trayectorias habituales de la corriente en chorro templada, que articula las borrascas atlánticas y suele discurrir a latitudes superiores a 45ºN. Indiscutible relevancia revisten también la ubicación a sotavento -longitudinal y orográfico- del flujo predominante del oeste, inmediatez del Mediterráneo y vecindad del desierto sahariano. Recordemos asimismo las disimetrías pluviométricas del relieve y el cambio de rumbo del litoral desde el Cabo de la Nao. La citada región posee un clima semiárido de filiación mediterránea; y la primera propuesta para delimitarla (Vilá, 1961) optó, con criterio plausible, por una isoyeta anual media (300mm); la tendencia posterior ha sido la revisión al alza del umbral. Además, la caracterización se ha complementado con datos térmicos y, para contados observatorios, de nubosidad e insolación. Desde criterios básicos, no formarían parte de la expresada región aquellos observatorios con más de 375mm o sin alguno de estos requisitos térmicos: las doce medias mensuales por encima de 8ºC, media anual superior a 16ºC y amplitud anual inferior a 18ºC.

Sin necesidad de incurrir en la exageración retórica de Costa, para quien “regiones hay como la de Murcia, apellidada el serenísimo reino donde pasan años sin que se vea una sola nube”, no deja de ser cierto que la nubosidad anual media (4,5-5,0 octas) es débil, pocos los días cubiertos al año, abundancia de despejados (0-1 octa, 150) y con precipitación no llegan a cuarenta. En correspondencia, las horas de sol son casi 3.000 anuales (2.895 en Alicante-Elche-El Altet). A modo de encuadre general y primera aproximación, cabe equiparar, metafóricamente, el clima considerado con una imagen de Jano, por su doble rostro: uno, el habitual, venturoso y atrayente, de insolación y régimen térmico particularmente bienhadados, al que luego nos referiremos; y otro, menos afortunado y preocupante, el pluviométrico (lucha, secular e inacabada, por y frente al agua: la impar trayectoria hidráulica alicantina). Se ha dicho, no sin razón, que “en estas tierras no sabe llover”, afirmación reforzada por la que concluye: “En el Sureste, llueve poco y mal”. En efecto, las precipitaciones son escasas (<375mm) y contados los chaparrones y aguaceros causantes; el régimen pluviométrico, extremadamente irregular, combina largas e intensas sequías con esporádicos diluvios. Históricamente, son de notar las rogativas de doble y encontrado signo: más numerosas, concernientes a las sequías, las “pro pluvia”, para impetrar esta (“ad petendam pluviam”); muy inferiores en número y duración, las “pro serenitate”, para que el cielo se desencapote, despeje, serene, escampe, el tiempo se abonance y deje de llover. Por su parte, el saber popular ha resumido la susomentada irregularidad en retruécanos y refranes, como este: “Septiembre, se tiemble: seca las fuentes o se lleva los puentes”; no faltan ejemplos que avalen este riesgo alternativo, baste recordar, al término de septiembre de 1978, secas las Fuentes del Algar, la transferencia naval de agua a Benidorm y, como suceso diametralmente opuesto, bardomeras en los puentes, el enlagunamiento de la Vega Baja en septiembre de 2019; no son, empero, sino las dos caras del indicado régimen pluviométrico.

Limitada la nieve a las montañas circundantes, las nevadas, muy raras, constituyen aquí acontecimiento insólito e inusitado, auténtica efeméride. La lluvia es de origen, casi exclusivamente mediterráneo, sin apenas contribución atlántica; incluso cuando, por excepción, el anafrente frío de una borrasca atlántica ocasiona precipitaciones abundantes, la causalidad mediterránea resulta incuestionable: de este mar procede la carga higrométrica, traída por vientos de componente este, levantes y gregales primordialmente. A diferencia, el poniente (ponent), que desciende de la Meseta, es terral, de temperatura crecida -ardiente en estío-, grado higrométrico disminuido y elevado poder desecante, que propicia y propaga incendios forestales. Generalizado, pero erróneo, el aserto de que en el Sureste Ibérico el mal tiempo es efímero: por las causas que lo motivan, casi siempre la irrupción de aire frío que dibuja vaguada meridiana o retrógrada, concluya o no en depresión aislada en niveles altos (DANA); las condiciones de inestabilidad son más persistentes que las ocasionadas por el paso de un frente. Así pues, en el Sureste Ibérico, el mal tiempo no es efímero, sino infrecuente. En ocasiones, los verbos diluviar y jarrear, cuya acepción común es llover copiosamente, pecan de insuficientes para significar la exorbitante, casi inconcebible, intensidad del hidrometeoro, ya que no llueve a jarros ni a cántaros, lo hace a mares, “se desgarra el firmamento” y “se abren las cataratas del cielo”; a veces, en unas cuantas horas puede excederse (>300mm) la precipitación anual media y, excepcionalmente, duplicarse. El periodo de máximo riesgo va de la segunda mitad de septiembre a la primera de noviembre, con ápice en octubre; sin perjuicio de adelanto a comienzos de septiembre o retraso a diciembre. El riesgo potencial, actualizado por situaciones proclives en altitud (aire frío) y superficie (aire muy húmedo e inestable), reside en las elevadas temperaturas (23-27ºC) que mantienen las aguas mediterráneas; propensas, en consecuencia, a transmitir, como vapor, agua y energía latente al aire en contacto; o sea, la carga higrométrica a cuyas expensas se desarrollarán gigantescas “nubes puestas en pie”, colosales cumulonimbos rematados en yunque o píleo. Innecesario parece encarecer el contraste entre este cielo ocasional, gris oscuro, casi negro, y sol oculto con los habituales alicantinos, despejados o poco nubosos, de azul luminoso y sol radiante, desplazados por el fenómeno.

Atributos destacados de la curva de precipitaciones son los picos de otoño y primavera, con profundo mínimo de julio-agosto. Contra una creencia común, el verano seco no es un rasgo de mediterraneidad, sino de subtropicalidad, dice relación a la subsidencia subtropical. Ninguno de los mecanismos que interaccionan en este ámbito goza de proyección comparable, no solo como causa primordial del máximo de Azores, principal centro de acción aquí, sino también por su responsabilidad capital en las más prolongadas e intensas sequías, así como en la penuria estival de precipitaciones. A la hora de justificar la parvedad e irregularidad pluviométricas, no hay factor que iguale, sin desconocer ni infravalorar otros, ya citados, a la subsidencia subtropical, hegemónica en estío, durante buena parte de otoño y primavera una mayoría de años, incluso la práctica totalidad en las peores sequías. En íntima relación con este protagonismo, resaltemos la prolongación y anticipación respectivas de situaciones atmosféricas propias del verano, sin lluvia y con temperaturas superiores para la época. A esa permanencia responde el neologismo “veroño”; preñado de riesgo meteorológico, cobija los veranillos sucesivos de San Miguel, San Martín y San Diego de Alcalá, hasta casi mediado noviembre. En cuanto a primavera, jornadas, semanas a veces, de corte veraniego en abril y mayo distan mucho de constituir rareza o excepción. La vecindad del Sahara, el mayor hogar planetario de aire tropical continental, se deja sentir de forma diversa: cielos opalescentes de la calima, lluvias de barro, olas de calor, diluvios cuando, tras un largo recorrido, aquel enjuga su déficit hídrico.

Los datos anticipados de insolación y temperaturas sugieren, y así es, elevados potenciales térmico y lumínico. Interaccionan en el régimen térmico efectos de latitud, escasa nubosidad y elevada insolación, sin olvidar la inercia térmica de las aguas mediterráneas. De ello resultan medias anuales superiores a 16ºC, con veranos calurosos (julio y agosto, 25-28ºC), en los que la intensificación de la marinada o virazón (embatada del migdia) alivia las máximas diarias, más complicadas las noches tropicales (>20ºC); suaves los inviernos (en el litoral, enero, 11-13ºC). Muy raramente, y no todos los años, el termómetro baja de 0ºC en la franja costera; en modo alguno, se prodigan temperaturas negativas, aunque ocasionalmente una ola de frío poderosa puede dañar cultivos en las tierras prelitorales. En suma, un gran potencial energético, que no solo es calorífico sino también lumínico; y, por la fotosíntesis, de capital importancia agrícola. El promedio anual de horas de sol (2.895) alcanza su pleno significado si se añade que pasan de 1.000 (1.139, en El Altet) las de otoño-invierno y que, incluso, diciembre alcanza 170: insolación y régimen térmico privilegiados.

Gigantesco farallón calizo, el anticlinal de Bernia constituye la más nítida y rotunda divisoria pluviométrica (Denia, 674; Benidorm, 344mm) de la región indicada, como evidencia su rodillo cimero de nubes cuando soplan levante (“Nuvols a Bernia, llevant segur”) o gregal (llevant de dalt); entonces, al pasar el túnel del Mascarat hacia el sur, el cielo muda, se despeja, luce azul y resplandece el sol, la explosión de luz que entusiasmó a Joaquín Sorolla en su desplazamiento a pintar, para la neoyorquina Hispanico Society, el Palmeral de Elche (todo un género de vida). Y, por asociación de ideas, presente la de conjugar los otoños e inviernos aludidos con una oferta seria de turismo cultural, a favor de los extraordinarios recursos, algunos de la mayor importancia olvidados o poco conocidos, con que cuentan las tierras alicantinas; pero sobre esta cuestión, de tanta trascendencia cultural y socioeconómicas, volveremos en otra ocasión.

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