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Manuel Guill Gran

El puerto seco de Berlanga

El director de cine Luis García Berlanga.

Érase un pueblecito español -voz en off-.

Villar del Río era un pequeño y tranquilo pueblo en el que nunca pasaba nada, hasta que se recibe la noticia de la visita de los americanos y su Comité del Plan Marshall. La locura se desata en el pueblo al imaginar las mejoras que puede suponer para todos sus habitantes. Su alcalde -el actor Pepe Isbert- no reparará en gastos para engalanar la ciudad y recibir a los americanos.

Se instala una mesa petitoria donde cada vecino realiza una petición personal... este un tractor, el otro una mula, y ...la ilusión se desata en el pueblo con festejos, bailes populares, famosos cantantes... y la inversión municipal necesaria para competir con los pueblos colindantes, aspirantes también a las prebendas del Plan Americano, al grito de ¡¡ Bienvenido Mr. Marshall!!

Calabuch era otro pequeño pueblo de la costa de levante. Sus habitantes, para competir en el concurso de fuegos artificiales y vencer a Guardamar, acogen al profesor George Hamilton, un científico exiliado especialista en investigaciones espaciales. El pueblo, con su victoria, celebra bailes, corridas de toros… y dejan temblado las arcas municipales.

En “Los jueves Milagro”, Berlanga aprovecha unas supuestas apariciones en un pueblo de Castellón, Cuevas de Vinromá, para crear la ciudad de Fuentecilla, otro pequeño pueblo español con poco futuro que va a necesitar un incentivo para su subsistencia. Para ello, el alcalde, el maestro, el médico, el terrateniente y el propietario del balneario, inventan la aparición de un santo, San Dimas, con la finalidad de promocionar las aguas medicinales del pueblo, de las que son propietarios.

Otra vez será Pepe Isbert, el alcalde, el que se disfraza de San Dimas con la pretensión de engañar al tonto del pueblo, Mauro, para que propague el milagro. Se prepara la tramoya teatral con fuerte aparato musical y pirotécnico para sus “apariciones” todos los jueves. Es proverbial la escena donde el alcalde, habiéndose estropeado el montaje de altavoces, grita - ¡“Si no hay música no me aparezco”!-. Evidentemente.

La ironía, la ingenuidad y la sátira de las tres películas de Berlanga nos ponen frente a situaciones sociales y políticas redundantes, que son contra-lecturas de la realidad española esperpéntica de ayer y de hoy. Los pueblos reflejados revelan notables paralelismos con unos mismos presupuestos de identidades actuales, de anhelos y de ilusiones milagrosas para solventar la economía local, transformando los sueños en realidades enmascaradas mediante promesas de ficticias loterías. Al fin, todos los alcaldes son crédulos como aquel Pepe Isbert que siempre queda pendiente de dar al pueblo “una explicación que os debo” sobre aquellos sueños engañosos que le prometieron y que no siempre se cumplen.

La fábula está servida, imaginada por los guionistas elegidos desde el guion de una ficción y ensoñamiento que siempre tiene consecuencias... despertar del sueño prometido que, a menudo, suele pasar de largo.

-¡Que ya están aquí! ¡Están subiendo la cuesta! ¡Música!... os recibimos, americanos con alegría. Olé mi madre, olé mi suegra, y olé mi tía-.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”- voz en off de Fernando Rey-.

Fin.

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