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Rogelio Fenoll

OPINIÓN

Rogelio Fenoll

El riesgo de vivir

La Agencia Europea del Medicamento ha vuelto a dictaminar que los beneficios de administrar la vacuna de AstraZeneca siguen compensando ese mínimo riesgo de reacciones adversas graves.

El riesgo cero no existe. Podemos morir de la manera más inesperada: dentro de un coche, en un avión, atragantados por una aceituna o por cualquier suceso imprevisible. Las probabilidades son pequeñas, pero ahí están. Somos números y en decimales nos convertimos. A esos riesgos se suma ahora el de sufrir un trombo mortal por la vacuna anglosueca. Ahí están los datos: una media de una persona o dos muerta por cada millón de vacunados. Insignificante si lo comparamos con los que fallecerían por cada millón de habitantes, unos 800, si el virus campara a sus anchas, con los que morirán en la carretera o con los que un día se encontrarán a la parca sin previo aviso. La Agencia Europea del Medicamento ha vuelto a dictaminar que los beneficios de administrar la vacuna de AstraZeneca siguen compensando ese mínimo riesgo de reacciones adversas graves. Es un beneficio social, una ganancia para todos y una fatalidad si eres ese uno de entre un millón.

Todos los medicamentos, como tantas cosas que hacemos, no están exentos de peligros. El que yo me tomo a diario viene con un prospecto gigantesco en el que se explican las reacciones adversas que le ocurren a una de cada cien, mil o diez mil personas que lo toman y, créanme, da mucho miedo leerlo. Pese a ello, mi médica me lo sigue prescribiendo, porque sabe que es preferible que me trague la pastillita a que no lo haga. Nuestros políticos con cargo en plaza se han convertido en prescriptores por obligación pero algunos no quieren asumir riesgos, léase costes políticos. Otras veces no han tenido tantos miramientos en reducir partidas sociales, sanitarias o de infraestructuras que han costado vidas, pero ya han aprendido que los muertos de esta pandemia siempre lo son por lo que hacen los otros, no por sus acciones.

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