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Miqui Otero

De vacunas y genios

Estos días llenamos lavadoras y vemos el Barça, pero en realidad estamos pensando todo el rato en la pandemia en general y en las vacunas en particular

La vacuna rusa Sputnik.

¿Y si nuestra vida dependiera de una obra de teatro y de una vaca? ¿Y si tanto esa obra de teatro como esa vaca fueran del siglo XVIII?

Estos días llenamos lavadoras, vemos el Barça, perdemos horas en el menú de Netflix, mandamos besos y emojis de besos por teléfono, emparejamos calcetines, cruzamos pasos de cebra, pero, en realidad, estamos pensando todo el rato en la pandemia en general y en las vacunas en particular. El otro día, sin ir más lejos, el quiosquero me preguntó que cuál quería (se refería a un diario) y yo contesté, muy expeditivamente: “Pfizer, aunque me serviría la Moderna, me encantaría la rusa y me chutaría la AstraZeneca hasta de madrugada y montado en un burro con el trasero en llamas. Siempre después de mis padres”.

No es extraño (y ahora vuelvo a la vaca y a la obra de teatro) que, por ejemplo, la escena que más me ha gustado de la mejor novela del año vaya de una epidemia. En 'Hamnet', la alucinante novela de Maggie O’Farrell que recrea la vida (y la muerte) de la familia de Shakespeare, el destino del clan (y también el de la literatura inglesa) depende de una pulga que salta de una persona a otra con origen en el puerto de Alejandría (“un lugar de podredumbre y confinamiento”) para acabar infectando con la peste bubónica al hijo del mejor dramaturgo de todos los tiempos (y siendo la semilla de su obra más conocida: 'Hamlet'). 

Eso sucede en el terreno de la ficción, pero, ya que ninguno de nosotros logra olvidarse de ella, ni siquiera escribiendo o leyendo este texto, es momento de hablar de la vacuna en ensayos de divulgación. Blackie Books acaba de editar, por ejemplo, 'El instante mágico', de Markus Chown, y es un gran momento, y con esto llegamos a la obra de teatro y a la vaca, para revisar 'Momentos estelares de la ciencia', del gran Isaac Asimov.

El capítulo 13 está dedicado al inventor de la vacuna. Allá por julio de 1796, el inglés Edward Jenner estaba a punto de raspar en la piel de un niño un poco de supuración de las pústulas de un enfermo de viruela. Con este gesto, podría condenar a un muchacho de 8 años. La viruela era algo así como el covid del momento, pero en peor: un 10% de los que contraían la enfermedad fallecían y los que sobrevivían quedaban picados.

Pero ¿dónde están las obras de teatro y las vacas? En Gloucestershire, la región de Jenner, se rumoreaba que si alguien contraía una especie de viruela bovina no caía enfermo con la otra, la más letal. El científico, intrigado ante esta leyenda, solía extrañarse con algo más: en aquella época, muchas de las grandes obras de teatro tenían como protagonista a una vaquera o a una pastora de gran belleza. ¿Tuvo ahí la idea? ¿Cayó ahí en que quizá la belleza de sus rostros, libres de las marcas de la viruela, se debía a que estaban en contacto con ganado? ¿Fue ahí donde dedujo que contraían la viruela de las vacas y por tanto quedaban libres de la otra? 

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