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Fernando Ull

Tiempo de penitencia

El altar de culto erigido en honor de la Soledad durante esta Semana Santa.

Como en todas las Semanas Santas, por lo menos en las que yo recuerdo, se han vuelto a emitir estos días las tradicionales películas de temática religiosa en buena parte de los canales televisivos existentes. Son películas filmadas, sobre todo, en las décadas de los 60 y 70, años en los que los estudios de Hollywood se empeñaron en retratar a los primeros cristianos como un pequeño grupo de soñadores de buen carácter y sencillas costumbres que pretendían hacer el bien allá donde iban y que tenían como líder supremo a un hombre llamado Jesucristo que era interpretado, casi siempre, por algún actor alto, guapo (pero no demasiado), con barba de tres días y pelo largo. Estas películas, en realidad, recogían la tradición cristiana según la cual el Cristianismo fue un movimiento que surgió de la nada como reacción a una Roma decadente que había adoptado el arte y la costumbre de la existencia de numerosos dioses de la antigua Grecia, que también, por supuesto, fue una cultura que se merecía desaparecer. A quién se le ocurre hacer todas esas esculturas de diosas con ceñidos vestidos.

Sin embargo, a pesar de este empeño de la Iglesia Católica por hacernos creer ese supuesto papel de víctima de la opresión romana, la realidad fue muy distinta. Es algo que se estudia desde hace tiempo. Y la última en tratar este tema ha sido Catherine Nixey, profesora universitaria y periodista de The Times, en su libro La edad de la penumbra. Cómo el Cristianismo destruyó el mundo clásico. (Editorial Taurus, 2019).

Cabe recordar que el cristianismo fue una de las muchas religiones que surgieron en la provincia romana de Judea hace dos mil años. Y la persona que se hizo llamar Jesucristo (como se le conoce) fue uno de los muchos iluminados (dicho con todo el respeto posible) que se declararon hijo de un poderoso Dios omnisciente que había creado el mundo y todo lo que hay en él. En este caso la novedad fue que se inventaron un reino de los cielos y un supuesto infierno donde irían a parar todos aquellos que no siguieran de manera estricta las directrices éticas, morales y de comportamiento que dictasen los padres de la Iglesia Católica. Ya desde sus primeros escritos los cristianos originarios alentaban a sus seguidores a luchar con todas sus fuerzas contra los paganos, es decir, Roma, y contra el degenerado mundo griego, en especial su arte y su cultura, que seguía existiendo en muchas ciudades ahora pertenecientes al imperio romano. La idea básica era que una persona que no se convirtiera al Cristianismo debía ser obligado a hacerlo a la fuerza. Al parecer era mucho peor la condena eterna por pecar que ser lapidado o asesinado a golpes en vida.

El otro ámbito de actuación fue el arte y la literatura. Los primeros cristianos, y a medida que fueron haciéndose fuertes en las ciudades gracias a una milicia formada por jóvenes barbudos poco dados a la higiene, se dedicaron a destrozar todas la esculturas y templos griegos que seguían pie varios siglos después de su construcción. Se pusieron manos a la obra en cuanto pudieron, según iban obteniendo poder hacerlo, destruyendo y mutilando todas las esculturas griegas que se encontraron además de derribar los cientos de templos que se extendían por el antiguo territorio heleno. Nos hemos acostumbrado a que a las esculturas de diosas y dioses que vemos en los museos les falten miembros del cuerpo dando por hecho que el paso del tiempo ha sido el culpable de ello. Sin embargo, la Iglesia Católica ha sabido esconder durante los últimos dos mil años que fueron los cristianos los que destrozaron cualquier señal visible de una cultura y de una sociedad que alcanzó un nivel de excelencia en el pensamiento que no se ha vuelto a superar.

Hace la autora una afirmación que me resisto a creer que sea verdad. Los primeros cristianos proclamaron contrarios a su Dios la casi totalidad de los escritos de los autores griegos y latinos por lo que quemaban en el centro de las ciudades todos los ejemplares que se encontraban en los registros de casas que se hacían a diario. Por lo que se sabe, como consecuencia del pertinaz deseo de hacer desaparecer el arte y la cultura anterior, tan sólo ha llegado a nuestros días uno por ciento de los autores latinos y un diez por ciento de los griegos. ¡Es un hecho tan devastador pensar toda la filosofía que desapreció en forma de humo!

La conocida persecución de los cristianos por parte de los romanos se produjo durante un periodo de 13 años. Y se hizo porque se negaron a seguir costumbres y fiestas que imperaban en Roma. Algo censurable, por supuesto, pero no por su opción religiosa. Quinto Aurelio Símaco, uno de los últimos oradores clásicos romanos afirmó en una de sus obras: “contemplamos los mismos astros, el cielo es común a todos, nos rodea el mismo mundo. ¿Qué importancia tiene con qué doctrina indague cada uno la verdad?”

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