Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Manuel Ponte

Menos cocido y menos lamprea

Fondos buitre

Con la hoja del mes de marzo arrancada del calendario, era costumbre entre los aficionados a la ingesta de cocido y de lamprea hacer recuento de cómo había ido la temporada. Lo normal era sumar cuatro de cocido y tres de lamprea y lo excepcional hasta ocho y nueve de cada uno de esos platos tan contundentes. (Aunque parezca mentira yo conocí más de un caso). Unos platos que, convenientemente espaciados para no agobiar al estómago con un trabajo excesivo, permiten pasar alegremente los cortos días de luz de la invernada en la grata compañía de unos amigos. Este año no pudo celebrarse el ritual. La pandemia obligó a confinarse en el domicilio de cada quisque; las autoridades decretaron un toque de queda a temprana hora; se limitaron los desplazamientos entre localidades de la misma provincia; se prohibió la actividad en restaurantes, bares, y cafeterías; se obligó al uso de mascarilla para casi todo; y algunas ocurrencias más, porque no había criterios científicos bien fundamentados.

Pero lo más siniestro, a mi juicio, fue el tratamiento que recibieron los fallecidos y sus familias que prácticamente murieron en la clandestinidad. De forma especial los ancianos recluidos en unas residencias bautizadas como de la “tercera edad” en unas condiciones de higiene lamentables, más propias de un campo de concentración que de una institución socio-sanitaria tutelada por las administraciones públicas (por cierto, cada vez más numerosas e ineficaces). Y, lo más sangrante fue enterarse que los principales beneficiarios de ese siniestro negocio eran unos fondos especulativos, los fondos buitre, que garantizaban a los ancianos de los países ricos una estupenda rentabilidad a costa de rebajar la calidad de los servicios contratados para “nuestros mayores”, como dicen los cursis. Añádase a todo esto, el deprimente espectáculo de una juventud fiestera y con poco futuro; el matonismo fascistoide de los que se enfrentan a quienes pretenden obligarles a respetar le ley, y el proverbial mercadeo de la clase política profesional cambiando votos por vagas promesas de luchar contra la corrupción, y se concluirá que no es este el momento propicio para disfrutar de la ingesta de cocidos y de lampreas. Bien que lo siento. Aunque al que esto escribe le bastaba, para darle gusto al paladar, con la ingesta de tres cocidos y dos lampreas, sobre todo si los dos ciclóstomos fuesen de la extraordinaria calidad de los degustados hace unos pocos años en el Club de Campo de Vigo, en un encuentro galaico portugués de más que grata recordación.

Luego, cambiaron al cocinero y ya no fue lo mismo porque el toque justo que hay que darle al guiso no está al alcance de cualquiera. Por cierto, que algunos de los que se sentaron aquel día a la mesa nos han dejado para siempre. Es difícil acostumbrarse a la muerte de los seres queridos. El año que viene, cuando la lamprea empiece a entrar en los ríos gallegos para desovar en su lecho de piedra, brindaremos por ellos. Hay rutinas que no deberían desaparecer nunca. Por lo menos, mientras estemos vivos y con apetito.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats