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Rafael Martínez-Campillo

Cinco razones para defender el trasvase Tajo-Segura y el equilibrio hidráulico en España

Conducciones del trasvase Tajo-Segura en la Vega Baja

El exceso de información provoca la confusión y el desconcierto. Si además el objeto de un debate requiere ciertos conocimientos técnicos previos (hidrológicos e hidráulicos, geográficos y estadísticos fundamentalmente) y se prescinde de ellos, o se deforman, se abona un campo de confusión donde se mezclan las razones y los prejuicios. Es más, si los argumentos menores o incidentales sustituyen a los esenciales o estructurales, que son los únicos que pueden ayudar a que una sociedad adopte acuerdos equilibrados y razonados, se anularán las condiciones para tomar decisiones y actuar, así como la capacidad de duración de tales consensos, sin menoscabar la necesidad de adaptación a las nuevas circunstancias humanas y técnicas (no olvidemos que transcurren más de cincuenta años desde que se planifica una medida hidráulica importante hasta que se termina de ejecutar).

Nos referimos a la discusión sin fin sobre la necesidad de la distribución equilibrada de los recursos hídricos en España y, dentro de este marco, la conveniencia e importancia del Trasvase de aguas entre el rio Tajo y el Segura. Vamos a aportar cinco razones esenciales o estructurales para ayudar a comprender si es o no razonable la existencia de esta pieza hidráulica, esencial en el concierto de medidas que tienden a lograr el derecho de todos los españoles a gozar de la disponibilidad de sus recursos.

En primer lugar, nadie discute que en España existe agua suficiente y mal distribuida en el espacio y en el tiempo, por lo que el español es un ciudadano que estadísticamente vive en una situación de privilegio hidráulico. La Naturaleza es muy generosa y no necesitamos acudir a los zahoríes ni a las imágenes para implorar que, además, tales cantidades de agua caigan proporcionalmente en cada pueblo o comunidad. Recibir unas escorrentías fijas anuales de ciento diez mil millones de metros cúbicos es un lujo para cualquier sociedad, teniendo en cuenta que con el doble de población, multiplicando por dos las hectáreas cultivadas y aumentando dos veces su industria en un horizonte no inferior a cien años, tan solo utilizaríamos algo más del cincuenta por ciento de los recursos que nos regala la Naturaleza, sin olvidar los cuidados medioambientales de nuestra inmensa red de cauces, aguas subterráneas y embalses. En suma, si la madre Naturaleza es generosa lo que falta es que la naturaleza humana, mucho más compleja, sea capaz de ponerse de acuerdo en cómo debe distribuir estos inmensos recursos. Lo que es necesario es que entre todos desmontemos la ironía más dramática que circula en este país durante los últimos años: que España es un país seco. Falso en todos sus extremos, puesto que, a pesar de la irregularidad ocasional del régimen de lluvias, disponemos de agua suficiente, pero concentrada en un 70% en las cuencas de los sistemas Norte-Duero, Ebro y Tajo.

En segundo lugar, España puede y debe aspirar a conseguir la independencia de su climatología estimando que es el objetivo básico para el normal desarrollo de una sociedad con un alto índice de desarrollo, de su agricultura, de la industria, de los servicios turísticos y de los requerimientos y exigencias medioambientales. La independencia climática tiene dos condiciones: una, ya existente, es la gran capacidad técnica de España; otra, aún por conseguir, es el acuerdo político que tenemos que hacer germinar entre todos. Y hablamos de la necesidad de un acuerdo político, y por tanto de un acuerdo de la sociedad española, porque su creación no depende de las posibilidades técnicas, que en este momento ya existen, sino de las responsabilidades políticas. Por favor, que nadie engañe sobre los obstáculos de esta gran tarea nacional, ni están en la Naturaleza, ni en los recursos técnicos o económicos, solo y exclusivamente en la voluntad de hacer cosas en común o sea en tener un proyecto de Nación solidaria.

En tercer lugar, si España es rica en agua y puede ser independiente de su clima, estamos en condiciones de construir un gran sistema de solidaridad y cohesión territorial, piedra angular del mandato constitucional, mediante la transferencia de recursos entre Cuencas. Lo contrario equivale a predicar en el siglo de la comunicación global que en este asunto tan delicado queremos ser autárquicos, localistas e insolidarios, frente al reparto de otros recursos naturales, o de la energía o del gas o los bienes y servicios que se producen o se adquieren por nuestro País. La disponibilidad del agua se convierte así en la plasmación evidente del principio constitucional que obliga a los Poderes Públicos a velar por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.

En cuarto lugar, el equilibrio hidráulico español, del que una pieza esencial es el Trasvase Tajo- Segura, contribuye decisivamente al equilibrio social, económico y ambiental de los españoles. El miedo y el rechazo a los trasvases y a las transferencias de agua en general por razones medioambientales no se sustentan en argumentos sólidos, salvo que alguien pueda decir aquello de que la Naturaleza es una estructura intocable y los hombres meros espectadores. Desde el Neolítico estamos alterando la corteza terrestre, la condición es hacerlo en términos armónicos y que no anule su capacidad regenerativa en una sociedad que, en ocasiones, despilfarra o maltrata sus recursos

En quinto lugar, es fundamental, como insistía Adolfo Suárez, que aprendamos a seguir construyendo sobre lo ya construido, que no renunciemos a nuestros sólidos cimientos; España ya sabía de la necesidad, del cómo y dónde debía llevar a cabo la intercomunicación de sus recursos hídricos, y así lo demuestran los Planes Hidrológicos que se redactaron para la resolución de este problema estructural de España, (desde el primero del año 1902, 1909, 1916 de Gasset, y el gran Plan Hidrológico Nacional ordenado por Indalecio Prieto y redactado en 1933 por el ingeniero aragonés Lorenzo Pardo, hasta el reciente, nonato, de 1990). Dentro de ellos, el Trasvase de aguas del Tajo al Segura suponía una pieza esencial que requería de la ejecución de otras transferencias entre todas las Cuencas, rompiendo el maleficio del donante y el beneficiario para pasar a un equilibrio de suma cero, o sea, alcanzar la disponibilidad para la utilización del agua en todos los puntos necesarios del territorio español. La singularidad del Trasvase Tajo-Segura, a pesar de la existencia de más de quince trasvases de envergadura, ha sido su peor enemigo porque ha reducido y favorecido la discusión del “presunto expolio” a la que se han adherido razones peregrinas sin fin. Si el Trasvase se mira como parte de todo un sistema hidráulico, se comprenderá la afirmación del gran ingeniero defensor de la búsqueda del equilibrio hidráulico español, Juan Benet, para quien “de este Trasvase se puede decir cualquier cosa, menos que no sea necesario”

Deberá llegar el momento en que nuestras élites políticas y sociales dejen de estar poseídas por el mal de “la patología de la simplificación” y se lancen a abordar el objetivo de más envergadura de una sociedad que aspira a ser solidaria entre sí y con las futuras generaciones.

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