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Joaquín Rábago

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No se cansan nuestros medios de comparar la celeridad y eficacia del proceso de vacunación en Gran Bretaña y Estados Unidos con su desesperante lentitud en el territorio de los Veintisiete.

Tienen toda la razón, pero se olvidan muchas veces de una cosa y es lo que habría que llamar el “egoísmo nacionalista” de esos dos países, que en el caso de EEUU apenas ha cambiado con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.

El Reino Unido llevaba administrada la semana pasada algo más de 37 millones de dosis a sus ciudadanos, pero de ellas tan sólo veintiún millones se habían producido en el propio país: el resto se importó de la India y sobre todo de esa Europa continental a la que tanto parece que muchos allí tanto desprecian.

Es decir que, para su exitosa campaña de vacunación con AstraZeneca, los británicos, pero también los israelíes, a los que todos elogian, dependen en buena medida de la producción en la Unión Europea, lo cual significa que cada dosis administrada en cualquiera de esos dos países son dosis que se pierden para los ciudadanos búlgaros, griegos, franceses o españoles.

La vacuna de AstraZeneca se produce en al menos cuatro fábricas- dos (Oxford Biomedica y Cobra Biologics) se encuentran en territorio británico, pero las otras dos – Thermo Fisher y Halix-están en Bélgica y Holanda. Y alguna de esas plantas ha tenido problemas de producción desde el principio.

Con todo, el Gobierno de Boris Johnson, que demostró ser en este caso mejor negociador que la Comisión Europea, que tuvo a su vez que contentar a sus veintisiete socios, no ha permitido que ninguna dosis saliera de su territorio para ayudar a otros, y algo similar ha ocurrido al otro lado del Atlántico.

Estados Unidos tiene almacenadas en su territorio miles de dosis de la vacuna de Oxford (AstraZeneca) y prohíbe su exportación pese a que sus autoridades sanitarias no han dado todavía autorización para que se administren a sus ciudadanos.

Como señala el comisario europeo del Mercado Interior, el francés Thierry Breton (1), la Unión Europea es la única región del mundo que ha apoyado generosamente a países terceros: un 60 por ciento de lo que se produce en el continente se destina a cubrir las necesidades de sus ciudadanos y el resto se exporta.

La UE ha exportado aproximadamente 77 millones de dosis no sólo a Gran Bretaña, sino también a los propios Estados Unidos, a Canadá, a Australia, incluso a los Estados Árabes Unidos o Israel, y todo ello sin contar los suministros a otros países en el marco de la iniciativa Covax.

Breton se muestra, pese a todo, convencido de que la Unión Europea cumplirá su objetivo de tener para este verano vacunados a la inmensa mayoría de sus ciudadanos y explica que en ello están trabajando un total de 53 fábricas en doce países de la Europa continental.

Hay quien ve lo ocurrido con optimismo. Por ejemplo, Jacob Funk Kirkegaard, del centro de estudios transatlántico German Marshall Fund, según el cual el hecho de haberse convertido Europa en la gran suministradora de las vacunas a todo el mundo la dejará mejor preparada para la próxima pandemia. ¡Esperemos!

La cuestión mientras tanto es convencer a una opinión pública cada vez más escéptica por el caos vacunal en la propia UE de que el nacionalismo practicado sobre todo por los anglosajones no tiene ningún sentido cuando se trata de una pandemia global como es esta.

Es decir que cuanto antes se vacune también al resto del mundo- y estamos todavía por desgracia muy lejos de ello-, antes podremos todos recuperar una cierta normalidad. Pero ¿significará esto último volver a las andadas, como tememos muchos?

  1. En declaraciones a Der Spiegel.

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