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Juan José Millas

Decepcionante

Las calles de Alicante, desiertas.

 Mi barrio lleva varios días confinado debido a la pandemia. No puedo salir de él sin un salvoconducto. Mi barrio tiene vocación de triángulo equilátero, aunque presenta deformidades aquí y allá. Tal vez cuando se haga mayor alcance la perfección absoluta de esa figura geométrica en la que muchos encierran el ojo de Dios. Me vienen a la memoria las imágenes de mis libros de religión de entonces. Recuerdo haberme pasado horas descifrando la mirada de ese ojo que parecía hablarme desde las páginas del catecismo. O bien nunca me dijo nada o bien emitía en una frecuencia inaccesible a mis oídos.

Recorro la periferia del barrio todas las mañanas cuando salgo a caminar. Llego hasta sus confines, hasta sus fronteras, y me quedo observando el otro lado como los republicanos españoles exiliados en Francia miraban España desde los pueblos fronterizos. Me encuentro bien en mi barrio, pero siento una nostalgia enorme del otro lado. Toda mi vida, me hallara donde me hallara, sentía nostalgia del lado en el que no me hallaba. El otro día un vecino se detuvo a dos metros de mí (guardamos las distancias, pese a las mascarillas).

- ¿Qué miras? -dijo.

-El otro lado -dije yo.

El hombre ignoraba que nos hallábamos en la línea divisoria de dos territorios administrativos. Era incapaz, pues, de disfrutar de la sensación de hallarse en la frontera. En las fronteras de la realidad y de la vida es donde suceden las cosas más interesantes. Quien no haya atravesado nunca una frontera física o mental no sabe de qué rayos va la existencia. El vecino me miró raro y continuó andando, no fuera a contagiarle mi malestar anímico.

Por la tarde, mi psicoanalista me envió por correo electrónico un salvoconducto para que pudiera acudir a su consulta y salí a la calle con él en el bolsillo sintiéndome una especie de agente de la Resistencia Francesa. Confiaba en ser detenido por una patrulla policial a la que el documento le parecería altamente sospechoso.

- ¿Va usted a la consulta de una psicoanalista? -preguntarían.

-Eso mismo -diría yo nervioso, como si ocultara algo.

Pero no pasó nada. No tropecé con ningún control. Decepcionante.

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