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Antonio Sempere

Nunca soñaron un alivio semejante

Incluso los relojes parados, ya se sabe, aciertan la hora dos veces cada día. La maldita pandemia que ya ha paralizado el calendario festivo, como mínimo, durante dos ejercicios, ha sido benévola a su manera con una serie de personas que nunca podían imaginar que iban a encontrarse durante dos años consecutivos con que no tendrían que sufrir el shock al que se enfrentan cuando llegan los días señalados.

No, no me refiero a aquellos que detestan la fiesta, ni a los que aprovechan para irse de viaje cuando las ciudades se colapsan. Es mucho más triste que todo eso. Las personas a las que me refiero, por causas psicológicas que no vienen al caso, son incapaces de salir a la calle a compartir la alegría de los días grandes. Para ellos, el día del patrón o la patrona de sus pueblos y ciudades, marcados a fuego porque así los vivieron sus abuelos y sus padres y sus hermanos y sus amigos, no son más que unos días malditos en los que enfrentarse sin máscaras a su soledad, a su destino, a su inadaptación por su orientación sexual.

Porque hay vidas que distan ser de película. Y lo que han sentido amigos míos a la hora de una Entrada, de una Cremà, no ha sido más que un ‘pellizco’ muy desagradable dentro del alma, que les ha paralizado. Un bloqueo tan fuerte que en numerosas ocasiones les ha impedido salir de casa. Porque en esos momentos, el bullicio callejero era la peor de las torturas.

Ellos no desean mal a nadie. Ni se alegran de que la gente pase todo lo que está pasando. Pero están sintiendo un alivio infinito cuando llegan sus días difíciles. Nunca soñaron un alivio semejante.

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