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Ánxel Vence

Queda abolido el Covid

Vacunación masiva el pasado lunes en Ciudad de la Luz

Aunque la vacunación vaya lenta y los trombos no paren de tocarnos el trombón, lo cierto es que los meses de la pandemia están contados.

Allá para julio o, como muy tarde, agosto, los españoles se moverán con toda normalidad por esta parte de la Península, atiborrando como era costumbre antes del Covid las playas, los chiringuitos y quién sabe si también las discotecas.

Esto no lo han dicho los epidemiólogos, que todavía no se atreven a hacer predicciones, por si acaso; sino el público hambriento de playa y mar, que es el que lo tiene claro. La gente se ha adelantado al portavoz del bicho, Fernando Simón, que ya de por sí tiende a ser optimista; y en cierto modo es el pueblo el que da por abolida la epidemia. Vox populi, vox Dei.

Baste ver cómo se están agotando los alquileres de pisos en la costa para los meses de verano, por más que a estas alturas de abril sigan cerradas las fronteras de la mayoría de los reinos autónomos. Convencidos, en apariencia, de que todo va a cambiar en un par de meses, los veraneantes no paran de hacer reservas con admirable previsión.

Se conoce que el público intuye una mejora radical de la situación: y esa es una encuesta mucho más fiable que las del Centro de Investigaciones Sociológicas. La premiosa marcha de las vacunas no invita a hacer tan felices cálculos; pero algún pálpito ha debido de tener los ciudadanos que estos días se lanzan a acaparar apartamentos con vistas como si no hubiera un mañana.

Podría pensarse que la pandemia ha tirado los precios, pero qué va. Los alquileres son todavía más disuasorios que en el año anterior a la llegada del SARS-Cov-2, hasta el punto de alcanzar los 8.000 euros por quincena en algunos destinos turísticos. Quizá la parte más favorecida de la población haya engordado durante el confinamiento una hucha suficiente para permitirse esas alegrías. O que piensen, sin más, que, de perdidos, al río (o a la playa para ser exactos).

Habrá quien diga que estas previsiones basadas en las tendencias de consumo futuro de los veraneantes no son un dato científico a tener en cuenta, desde luego. Tampoco hay que desdeñar, sin embargo, los estados de ánimo de la ciudadanía que en este caso revelan una firme creencia en el final de la peste a corto plazo.

Es una especie de referéndum por vía inmobiliaria. La gente apuesta, con sus reservas masivas de pisos en la costa, a favor de que el bicho esté en franca retirada allá para el verano que ya está casi en puertas.

Estamos, por lo que parece, ante una abolición del Covid-19 por decisión popular, bajo el principio -algo utópico- de que el pueblo es el que ordena. O al menos, los veraneantes.

Acierten o no los que ya están planificando un verano de los de toda la vida, más o menos libre de restricciones, todo sugiere que con la llegada de los calores nos vamos a apelotonar en las playas y terrazas. Con o sin mascarilla, que eso aún está por ver.

Poco importa que los contagios no den señales de bajar o que la cuarta ola sea una mera “olita”, según la deliciosa descripción del portavoz del Gobierno en cuestiones de epidemia. Al cabo de más de un año de encierros y enmascaramientos se conoce que la gente ya no aguanta más y ha decidido que esto se acaba sí o sí. Más le vale al bicho ir tomando nota. 

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