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Charo Izquierdo

Lo secundario es secundaria

La secundario es la secundaria

Para las profanas del fútbol, una de las primeras cosas buenas que nos ha traído la famosa Superliga en gestación aplazada es que han aflorado ministros que ni sabíamos que seguían en activo y cobrando a fin de mes, ya estábamos sufriendo con tantos meses sin saber de ellos. Verbigracia el de Cultura, que se llama José Manuel Rodríguez Uribes, no sé si le ponen cara. Sustituyó a José Guirao, de recuerdo igualmente borroso. Al titular de un departamento como el de las artes y la creación, que anda hecho unos zorros por culpa de la pandemia, se le oye poco; no tiene tanto que decir como Miguel Bosé o a lo mejor no le llaman para ir a los programas de máxima audiencia. Yo me esperaba que para conmemorar Sant Jordi saliese a explicar alguna novedad sobre el robo del libro de Galileo de la Biblioteca Nacional, pero se ve que el tema no tiene tirón. Puede que incluso el sabio renacentista se desdijera hoy de sus teorías, para sostener con el ministro español que en realidad la tierra gira alrededor de un balón. El caso es que a raíz del anuncio de la creación de la Superliga sí estamos escuchando por doquier la voz del titular de un departamento que se apellida de segundo Deportes, por mucho que el campeonato impulsado por algunos grandes clubes de fútbol tenga menos de práctica deportiva que de negocio del espectáculo a secas. «Y le digo a Florentino, hombre yo no lo veo...», va comentando Rodríguez Uribes, firme ante los micrófonos desde la más absoluta cordialidad. Con un poco de suerte la Superliga crea una división académica que saca del letargo al ministro de Universidades, que se llama Manuel Castells, no sé si le ponen cara. Por mi parte ignoro a qué se está dedicando, pero dicen que es muy listo y prestigioso, una estrella internacional. Un Messi de las cátedras con demasiadas horas de banquillo.

Me da envidia sana la capacidad del fútbol para movilizar masas y ministros. Ojalá otras actividades humanas y otros sectores de la población lograran concitar semejante atención y entusiasmo, importar siquiera una centésima parte. La educación, sin ir más lejos, y la secundaria en concreto. Escucho a nuestros próceres y a nuestras vicepresidentas, a Fernando Simón y a los candidatos a la Comunidad de Madrid, e incluso de uvas a brevas aparece en pantalla la ministra de Educación Isabel Celaá y nadie tiene un pequeño recuerdo desescalador para los adolescentes que siguen estudiando la mayor parte del tiempo en su casa. Con los docentes vacunados en una proporción muy alta y con el ejemplar funcionamiento de los protocolos de seguridad sanitaria en los colegios, tal vez sería el momento de recuperar la normalidad en las aulas de los institutos para que los alumnos de secundaria y bachillerato se reencuentren con sus compañeros y profesores en un contexto seguro. Llevan dos años aprendiendo la mayor parte del tiempo a solas, delante de una pantalla, no se les permite reunirse a sus anchas con los amigos por las restricciones y se les ha penalizado incluso la práctica deportiva. Muchos acusan el cansancio y el aislamiento, y sufren secuelas psicológicas por la falta de relación con sus pares a una edad en la que están forjando su personalidad, en la que se generan experiencias decisivas en una biografía. Condenados por inercia a la semipresencialidad, por no llamarlo invisibilidad y aburrimiento, antes volverá el público a las gradas del fútbol que ellos a su plena vida anterior.

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