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Imagen de archivo de una protesta contra el machismo. EFE

“Se despertó empapado en sudor. Un sudor denso, pastoso, con un fuerte olor a rancio que iba calando su ropa al mismo tiempo que recorría en grandes chorretes y a su antojo cada palmo de su cuerpo. Con los ojos apenas entreabiertos divisó la débil línea de luz mortecina que precede a la salida del sol anunciando la llegada de un nuevo día. Tratando de incorporarse fue cuando sintió una terrible punzada, un tremendo dolor de cabeza que lo dejó paralizado por unos instantes. Empezaba a ser consciente de todo cuanto lo rodeaba. Su mal aliento, el olor a vómito y a orina que emanaba de su pantalón y la botella de vino vacía le recordaron cuáles fueron sus últimos actos antes de caer desplomado en un mal sueño impregnado en alcohol.

Ya incorporado y tambaleándose renunció a acercarse más a la ribera del río. Y aunque su rostro, poblado de una barba de más de una semana, sucio y sudado suplicaba por el contacto con el agua limpia y fresca, el miedo a caer y ser tragado por la corriente le hizo renunciar a la necesidad. Trastabillando dio media vuelta y enfiló la senda que lo devolvería al pueblo. Trataba de reordenar sus pensamientos turbios y llenos de lagunas. No recordaba cómo había llegado hasta eses rincón del río, no conseguía recordar nada, solo sabía que la senda por la que se arrastraba lo llevaría a casa. El recuerdo de su casa y el fuerte dolor de cabeza que en ese instante le golpeó sin misericordia ayudaron a que los recuerdos empezaran a amontonarse en su mente. Recordó a su mujer, la maestra de escuela, la madre de sus dos hijos, tirada en el suelo sobre un gran charco de sangre que emanaba de su propio cuerpo. La había matado. Le había golpeado en la cabeza con la botella de vino. Recordó cómo los gritos y las súplicas de su mujer, derrumbada en el suelo y sangrando, aun le cabrearon más. Con gesto de hastío y cansancio se acercó a la cocina y cogió el cuchillo más grande que encontró. Quería acabar con aquel gemido insoportable y por eso le asestó diez puñaladas, hasta que con el último lamento se aseguró que la vida abandonaba el cuerpo de su mujer. No volvería a sentirse humillado. Ya no tendría que soportar las bromas de su cuadrilla del bar. Ya nadie dudaría de su hombría y de quién llevaba los pantalones en su casa. Ella sabría mucho de libros, pero de la vida no tenía ni idea…

Ensimismado en sus pensamientos y en su profunda resaca no se percató del sonido de unos pasos que se acercaban rápidamente. A la vuelta de un recoveco del camino sintió un fuerte golpe que le hizo retroceder un par de metros dejándolo sentado en medio del camino. Sus pensamientos desaparecieron cuando notó que de su pecho brotaba un líquido más caliente, más pastoso que su propio sudor. Palpándose, vio el color rojo carmesí de sus manos, era sangre. Lentamente levantó los ojos, inyectados en alcohol, y lo vio. Sabía quién era. Estaba allí, de pie frente a él. Mientras tranquilamente amartillaba el gatillo le escuchó decir: “Te dije que dejaras en paz a mi hermana, ¡mal nacido!”. Fue lo último que escuchó, esta vez tampoco oyó el sonido atronador de la escopeta de dos cañones cuando descargaba su ira, su venganza contra su cuerpo arrancándole la vida de dos disparos”. Era el final del mes de julio de 1938. La maldita guerra Civil Española tenía los días contados.

Lunes,19 de abril de 2021, hace unos días.” Se paró para dejar pasar al camión de la basura. Enseguida reanudó su rápido caminar, por el este comenzaba a clarear y tenía que llegar a casa de Paula antes de que el pueblo despertase. Notó con alivio que el portón del edificio estaba abierto. Subió por las escaleras hasta el tercer piso. Olía a café. Un único pensamiento le invadió por completo; “Tiene compañía la muy hija de puta”. Dejó la bolsa del trabajo y rebuscando encontró un nivel metálico que asió con fuerza. Con un empujón abrió la puerta del piso. Un pequeño grito se oyó en la cocina y unos pasos acelerados le trajeron a Paula frente a él. Estaba asustada. ¡Se lo merecía! Apenas se oyeron unos gritos cuando él, descargó toda su rabia con un fuerte golpe en la cabeza de la que creía que era su pareja. La vio derrumbarse sin emitir sonido. Tumbada en el suelo un charco de sangre se esparcía bajo la cabeza de Paula. La miró con odio, cerró la puerta del piso y se dirigió a la cocina. Quería matarla. Buscó un cuchillo grande y la apuñaló varias veces hasta asegurarse de que no quedaba ni una gota de vida en el cuerpo de la que fue su compañera. Paula dejó de respirar y él se sentó sin poder dejar de mirarla. Cuando llegó la Guardia Civil tuvo que derribar la puerta para entrar y mientras maniataban al asesino de Paula se le oyó quejarse y mostrar su preocupación por saber quién se iba a encargar del arreglo de la puerta del piso”.

Dos historias que, aunque separadas más de ochenta años, tienen un idéntico guion y un mismo final dramático y triste. Dos asesinos, uno ajusticiado en aquellos años en los cuales el ruido de las armas en España era muy habitual como también lo era no hacer preguntas. El otro esperando a que la justicia emita un veredicto. Y dos víctimas, dos asesinadas, dos mujeres que si pudieran todavía se estarían preguntando ¿qué mal cometieron?, ¿a quién hicieron daño?, ¿por qué el fatalismo se cebó con ellas? Por ser mujer, para nuestra vergüenza como sociedad, es la única respuesta que podemos darles, después de más de casi cien años, mirando para otro lado.

El machismo patriarcal fue aplaudido, consentido y establecido como modelo de familia durante cuarenta años que duró la dictadura. Hoy en día hablar de patriarcado es políticamente incorrecto. Aun sin nombrarlo el machismo patriarcal sigue teniendo raíces profundas y muy difíciles de extirpar. Sus rebrotes, a los que conocemos de manera eufemística como machismo encubierto ahora sí, asumido y políticamente correcto, siguen floreciendo aquí y allá. Y el machismo, lo llamemos como lo llamemos, es el único responsable de los malos tratos y de la violencia de género. Y hasta que no ataquemos la raíz, hasta que no lo arranquemos de nuestros hogares, el machismo seguirá asesinando a las mujeres. Y eso no deja de ser una labor educativa que debe comenzar a edades muy tempranas y en el seno de cada familia. Ya son 1085 las mujeres asesinadas desde 2003; Paula es la séptima mujer asesinada por violencia de género desde enero de 2021. ¡Dios! Qué pereza me da escribir de lo obvio.

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