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Antonio Sempere

El padre de Nadia

Jordi Évole

Imaginen mentalmente la última entrega de Lo de Évole dedicada al padre de Nadia, aquella niña enferma. Se rodó en un ambiente oscuro. En un plató. Casi entre sombras. Ahora recuerden el programa que emitió inmediatamente después La Sexta, El Objetivo, donde Ana Pastor entrevistó a Ángel Gabilondo y Edmundo Bal. Se emitió en directo desde un plató luminoso, lleno de color y de brillo. Son dos formas de concebir la televisión dependiendo de dos direcciones de arte bien diferentes. El padre de Nadia, al final de la entrega de Lo de Évole, en legítima defensa, argumentó con un término muy televisivo cuál fue su estrategia a la hora de actuar para recaudar dinero ante la enfermedad de su hija. Según relató delante de su abogado, él, en esencia, no mintió, solamente se encargó de poner el atrezzo para tocar los corazones de los espectadores. Es más, se permitió poner como ejemplo cómo obran las ONG, cuando en sus spots publicitarios no muestran a un niño africano cualquiera, sino al niño africano más enfermo, para que el anuncio tenga más impacto emocional en quienes lo ven, y así remueva más sus conciencias. De este modo, también Jordi Évole decidió que los encuentros con las presentadoras Susanna Griso y Mamen Mendizábal transcurrieran entre bastidores, al otro lado de ese inmenso plató, o que las intervenciones con los miembros de su equipo, también perfectamente guionizadas, tuviesen lugar en los pasillos, aparentando cierta espontaneidad. ¿Se trataba de jugar con la verdad y la mentira? ¿Con la apariencia y la realidad? Sin duda que el tema del conocido como «padre de Nadia» habría dado para mucho más. Las cadenas televisión, sin excepción, entraron al trapo con él, siguiéndose unas a otras. Con un resultado funesto.

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