Hay gente que se muere, hay gente que se muere después de que le ponen la vacuna y gente que se muere por la vacuna. Lo primero y casi lo segundo son ley de vida. Lo tercero es un desgraciado y muy minoritario efecto colateral. Obviamente es difícil, cuando sucede un caso como el del ilicitano de 64 años que falleció de un infarto cerebral ocho días después de vacunarse, delimitar si hablamos de la categoría dos o la tres. En la Conselleria de Sanidad serían muy felices si estos casos se silenciaran en los medios de comunicación. «Trombo» y «vacuna» son dos palabras que, cuando están en la misma frase, ponen muy nerviosas a nuestras autoridades sanitarias. Pero se acaba informando de ello, como se informa de todo lo que aquí pensamos que es noticia. Al final, el asunto se limita a que una investigación autorizada establezca si hay caso o no lo hay. Demostrar que no hay nada que ocultar, que es lo contrario de lo que se suele hacer invocando tonterías como que se trata de «información confidencial» es un error garrafal.
Hay quien piensa en Sanidad que los medios solo queremos «fake news» que nos den más clics
Sanidad, con intención o sin ella, siempre lo resuelve igual. Los medios somos los malos (algunos más que otros) y estamos hambrientos de «fake news» que suban el «clickbait» en internet. Pero a veces esa falta de claridad afecta a los propios, no solo a los ajenos. En este caso del ilicitano fallecido, el embrollo alcanzó al mismísimo presidente de la Generalitat, quien respondió a los periodistas con lógica tajante: («Se va a investigar») mientras Sanidad se sumía en la habitual flojera que le producen estos casos («No ha saltado ninguna alerta»). ¿Tan difícil es entender que solo hay familiares que quieren saber qué le pasó a una persona querida que ha muerto? ¿Y que nadie les habla con claridad? Esta pandemia nos ha endurecido a todos, hay que entenderlo. Pero un poco de sentido y sensibilidad con estos temas no vendría nada mal.
