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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

Ahora o nunca

El Palacio de Congresos impulsado por la Diputación, el Ayuntamiento de Alicante y la Autoridad Portuaria, en el que la Generalitat también está dispuesta a participar, es el primero en décadas que nace bien

Unidad: Los presidentes de la Diputación y de la Autoridad Portuaria y el alcalde de Alicante, el viernes en el Puerto. Alex Domínguez

Mi infancia son recuerdos de un Palacio de Congresos tantas veces anunciado como jamás construido. El primero que se proyectó se lo encargó en 1963, el año en que nació quien esto firma, un general de Franco en la reserva, Alberto Lagarde Aramburu, que presidía la Diputación, a Juan Antonio García Solera, que cuatro años antes había ganado la plaza de arquitecto de la institución. El centro iba a estar ubicado en el solar donde hoy se levanta el Hogar Provincial, y el emplazamiento, que ahora puede parecernos extraño, tenía en ese momento toda la lógica porque habría estado situado al pie de la N-332, antaño la principal vía de entrada a Alicante. Lagarde, que por entonces contaba 78 años, dejó unos meses después la Diputación y el proyecto se olvidó. De haberse ejecutado, Alicante habría sido una de las primeras ciudades españolas en contar con un Palacio de Congresos. Como se ve, lo nuestro nunca ha sido coger trenes, sino perderlos.

Hacer el recorrido de lo que a partir de esa fecha pasó es recrearse en el lamento. Creo que no ha habido alcalde, presidente de la Diputación o presidente de la Cámara que no haya reclamado o anunciado, en un momento u otro, una instalación de ese tipo. Incluso alguno tuvimos, como Luis Díaz Alperi, que lo prometió por dos veces y en ubicaciones distintas, una en el Benacantil, que motivó hasta un pronunciamiento en contra del Consejo Valenciano de Cultura por el impacto negativo que sobre el monte iba a tener, y otra en el barrio de Sangueta, para el que Francisco Camps, a la sazón jefe del Consell, garantizó una financiación que, como tantas otras, jamás llegó.

Tenemos, por tanto, sobradas razones para el escepticismo, ahora que por enésima vez se anuncia otro Palacio de Congresos. Sin embargo, hay elementos en esta ocasión para no dejarse llevar por el fatalismo. En primer lugar, la propia forma en que ha nacido este proyecto, iniciativa no de una, sino de varias administraciones, de distinto color político, y que llevan meses trabajando discretamente sobre la propuesta. En segundo, que la ubicación es la mejor hasta ahora nunca presentada. En tercer lugar, que hay desde el inicio un esquema de financiación claro y a la mano. No se depende de nadie.

Hay un emplazamiento privilegiado, un esquema de financiación razonable y un entendimiento entre partidos distintos, trabajado a lo largo de muchos meses

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Las primeras reuniones entre el presidente de la Autoridad Portuaria, Juan Antonio Gisbert, empeñado en transformar la dársena alicantina para que vuelva a ser un motor de la economía provincial; el alcalde de Alicante, Luis Barcala, para el que éste es el gran proyecto de su mandato; y el presidente de la Diputación, Carlos Mazón, consciente de que ésta debe seguir siendo uno de los más activos elementos dinamizadores con que cuenta la provincia, comenzaron, en plena pandemia, el otoño pasado. Este periódico fue informado entonces de ellas y se le pidió discreción para que el proyecto no se malbaratara por anunciarse antes de que estuviera bien amarrado. Se informó también al president de la Generalitat, Ximo Puig, que aseguró la participación del Consell siempre que hubiera acuerdo entre todos los agentes implicados, se formara un consorcio en el que quedara clara la participación de cada uno de ellos y se tratara de hacer, no un mero Palacio de Congresos, sino un hito que identificara internacionalmente a la ciudad. En esa línea, estaban (y están) también Barcala, Mazón y Gisbert. Y la prueba de que la sintonía respecto al proyecto entre todas las partes se mantiene es que Gisbert jamás habría podido participar en la presentación del mismo esta semana si el Palau se hubiera opuesto.

El «caso Vodafone»

¿Tiene sentido un Palacio de Congresos en el mundo poscovid? Precisamente, esa es la oportunidad. Que ya que somos los últimos, hagamos algo adaptado a la nueva realidad

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Hay un antecedente próximo que también mueve a pensar que la colaboración necesaria -con mayor o menor participación- de la administración local, la provincial, la portuaria y la autonómica, puede funcionar. Hace unos meses, Vodafone «invitó» al Ayuntamiento de Alicante a presentar la candidatura de la ciudad para convertirse en la sede del centro mundial de Inteligencia Artificial de la multinacional. Competían diez ciudades, sólo dos de ellas españolas: Málaga y Alicante. Y había que hacer un trabajo muy serio para preparar la candidatura y concursar. Se puede publicar ahora, porque el concurso ya se celebró y, desgraciadamente, Alicante no resultó elegida. Tampoco Málaga: el centro no se ubicará en España. Pero el episodio sirvió para demostrar cosas que pueden ser muy importantes para el futuro. Primero, el mismo hecho de que Alicante fuera seleccionada entre las diez ciudades del mundo invitadas a presentar propuesta: empezamos a estar en el mapa. Segundo, se puso de relieve la capacidad de la Generalitat y el Ayuntamiento de Alicante para trabajar conjuntamente pese a las diferencias de color político. Se preparó una candidatura realmente competitiva, en la que trabajaron calladamente y de la mano la Presidencia de la Generalitat y las consellerias de Economía e Innovación, con la Alcaldía de Alicante y con otras instituciones y entidades como la Diputación, la Cámara de Comercio o las Universidades. El president de la Generalitat participó directamente en la defensa ante la multinacional del proyecto, liderado por el alcalde. No salió, como he dicho, pero probó la voluntad de elevarse por encima de las diferencias políticas y trabajar conjuntamente por el bien común. Y como otra de las exigencias, aquí también, era la discreción, puesto que las bases de ese concurso estipulaban la eliminación de cualquier ciudad candidata que no respetara la confidencialidad del proceso, aunque éramos muchos en Alicante y Valencia los que conocíamos el envite que se estaba dilucidando, nadie dio tres cuartos al pregonero para no frustrar, por una cuestión de mero ego, algo que podía ser trascendente, no sólo para Alicante, sino para toda la Comunidad. Lo nunca visto. Por todo eso, aunque el centro no vaya a estar finalmente aquí, lo ocurrido tiene una lectura positiva.

Lo mismo, en cuanto al trabajo serio y bien hecho, hay que exigir que ocurra ahora con este Palacio de Congresos. Es cierto que va a haber dudas. La primera, seguramente, si estos son momentos para que las Administraciones inviertan en complejos como el que se pretende grandes cantidades de dinero, teniendo en cuenta la crisis económica en la que nos encontramos, consecuencia del covid. Pero en este caso, la respuesta no puede ser sino afirmativa. Probablemente, si en el concurso de Vodafone no hemos podido pasar el último corte es porque carecemos aún de determinadas infraestructuras indispensables para convencer definitivamente a empresas de ese tamaño. Y una de ellas es una instalación como la que ahora se pretende. Para lo que viene, para la economía poscovid, es necesario, no sólo sostener a los sectores que han sido pilar de la industria alicantina y apostar, al mismo tiempo, por la nueva economía. También hay que invertir en las dotaciones necesarias para que el crecimiento pueda producirse.

El alcalde de Elche tiene que reclamar lo suyo, pero debe darse cuenta de que la formidable potencia de su ciudad es necesaria para toda la provincia y no puede quedarse aislada

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Otra pregunta que es lógico plantear es si, precisamente en el mundo poscovid, tiene sentido un Palacio de Congresos. Los especialistas llevan meses debatiendo justamente cuál es el futuro del turismo de congresos, eventos y negocio (lo que se ha venido a llamar, por su acrónimo en inglés, turismo MICE), después de una dramática experiencia donde las reuniones se han tenido que prohibir por su peligrosidad. La mayoría piensan que es un segmento que seguirá siendo capital, aunque tendrá que experimentar transformaciones. Y por eso precisamente plantear ahora la construcción del Palacio de Congresos no es un anacronismo, sino una oportunidad. Antes del covid podíamos haberlo hecho, pero conforme fueron pasando los años fuimos quedándonos fuera del circuito principal precisamente por no tenerlo. Ahora cambian las reglas del juego, cambian los conceptos, las necesidades y las exigencias. Ahora, la partida puede jugarse de nuevo desde cero. Por eso, después de haber perdido tantos trenes, tenemos la ocasión de subirnos en uno nuevo, y que sea el bueno. Y no debemos desperdiciarla otra vez. Esa instalación que se pretende hacer tiene que ser un hito, como todos sus promotores consideran. Pero no sólo arquitectónico. También en cuanto a sus funcionalidades. Si somos los últimos de entre las grandes capitales turísticas españolas en tener un Palacio Congresos, tengamos el más adaptado a la nueva realidad. Esa es la apuesta que tenemos que ganar: que no sea el último Palacio de Congresos construido, sino el primero de la nueva etapa.

La incorporación de Elche

La inteligencia demostrada en estos meses por Barcala y Mazón, por Gisbert y Puig, a pesar de sus contrastadas diferencias políticas, tiene que extenderse. El alcalde de Elche, Carlos González, hizo el viernes unas declaraciones muy duras acusando al presidente de la Diputación de primar a Alicante frente a su ciudad. Políticamente, la posición de González es comprensible. Estratégicamente, no. La Diputación Provincial tiene un compromiso para edificar un Palacio de Congresos en Elche, adquirido por el anterior presidente, César Sánchez, y que Mazón ha dicho en diferentes ocasiones que va a cumplir. De hecho, el edificio de Elche figura en los presupuestos de la Diputación, mientras que para el de Alicante habrá que aprobar una modificación. Pero González tiene el problema de que carece de unanimidad en su propia ciudad sobre el lugar donde hacerlo: él quiere que sea en el barrio de Carrús, para rehabilitarlo, pero pesan demasiadas dudas sobre ese emplazamiento, no sólo de agentes sociales vinculados a la derecha local, sino también de una parte de su gobierno y de su partido. El Palacio debe estar donde el Ayuntamiento de Elche decida, eso no tiene discusión, porque es el legitimado para ello. Pero González quizá deba reflexionar si lo que hace unos años parecía una solución puede ser hoy en día un disparo fallido y Carrús necesita otro tipo de intervenciones, al mismo tiempo que el Palacio se erige en un lugar más estratégico. Y en paralelo, González también debería revisar si para Elche es mejor entrar en un proyecto compartido, donde las dos grandes ciudades de esta provincia trabajen de forma coordinada para complementar sus instalaciones, o quedarse haciendo la guerra por su cuenta. Elche, tercer municipio de la Comunidad, tiene una potencia formidable que no puede desperdiciarse en el aislamiento, sino que es indispensable para impulsar esta provincia. Como ayer le recordó el alcalde Barcala, el eje de las dos ciudades es uno de los más potentes social y económicamente de la autonomía. Y ahora contamos con mimbres de los que antes no disponíamos, como por ejemplo el hecho de tener un rector en la UMH, Juanjo Ruiz, que a diferencia de sus antecesores, teniendo claro que su sede es la capital ilicitana, tiene igual de claro que su territorio es toda la provincia y, siempre que sean válidos, está dispuesto a participar en los planes conjuntos que se le propongan, seguro de su fuerza y sin complejo alguno. Y es que aquí se trata de que cada uno defienda lo suyo, pero sabiendo entre todos defender lo nuestro.

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