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Fernando Ull

La cultura del odio

Rocío Monasterio.

Tal vez sea por el ambiente de crispación extrema en el que se han celebrado las recientes elecciones celebradas en la Comunidad de Madrid o porque la principal consecuencia de la victoria de Isabel Díaz Ayuso sea la definitiva consolidación del trumpismo en la capital de España, lo más reseñable es que la violencia verbal que hemos vivido durante las dos o tres últimas semanas marcará un antes y un después en la política española.

Ayuso pasará a la historia en España por haber sido la primera candidata que ganó unas elecciones autonómicas sin haber presentado ni una sola propuesta programática, dejando a un lado su conocido eslogan comunismo o libertad y aquel otro de que lo mejor que puede hacer una persona que vive en Madrid es tomarse una cerveza en un bar. Este discurso cutre y casposo, ausente de cualquier valoración cultural, no ha sido fruto de la casualidad. Por un lado, porque inventándose falsas luchas entre modelos ideológicos que, o bien no existen o podrían convivir en un sistema democrático, se está dando la opción de votar al PP a aquellos votantes que aun sabiendo que en la Comunidad de Madrid no se implantaría el modelo soviético de los años 50 del pasado siglo en caso de que gobernase la izquierda, les da una disculpa para poder votar a un candidata vacía de contenido y sin ningún plan de desarrollo económico que ayude a superar la crisis generada por la pandemia, es decir, apoyar a un partido que busca privatizar los servicios públicos troceándolos y vendiéndolos al mejor postor y que llama subvencionados a las personas que hacen cola para obtener alimentos, pero que al mismo tiempo dice en voz alta lo que a muchos de sus votantes les avergonzaría decir en privado. Con la aparición de la falsa dicotomía entre comunismo (como si pudiese existir en el siglo XXI) y libertad (concepto que para Ayuso se reduce a ir donde le dé la gana) sus votantes han satisfecho su deseo de vengarse de que la izquierda haya sacado al dictador Franco del panteón faraónico que se hizo a sí mismo o aprobado las leyes de igualdad de género.

Por otro lado, un discurso basado en que para los ciudadanos lo más importante es ir a misa o a los toros o poder tomar una cerveza en un bar después de trabajar, como ha dicho en numerosas ocasiones la presidenta madrileña, sin ninguna mención a museos o exposiciones de arte, reduce a los madrileños que la han votado a poco más o menos que a personas con poco intelecto para los que cubrir sus necesidades más básicas es suficiente para tener una vida plena.

Pero la consecuencia más importante de estas elecciones madrileñas es que parecen haber abierto de manera definitiva la espita del todo vale. Los insultos constantes del partido de ultraderecha VOX y el continuo boicot que la presidenta madrileña ha realizado durante los meses que llevamos de pandemia al Gobierno de la nación como una forma de ocultar la ausencia de decisiones políticas, ensombrecen el panorama político para los próximos años. Que la candidata de VOX, Rocío Monasterio, falsa arquitecta durante casi una década, como ella misma admitió en sede judicial, pueda mofarse en público del hecho de que Pablo Iglesias recibiera una carta con balas y amenazas de muerte sin que ocurra nada es prueba de que una parte de la sociedad española, la más reaccionaria dentro de la derecha, no ha asumido ni aceptado el modelo constitucional. Además, la presidenta de Madrid, que ha llevado hasta el extremo la política ultraliberal en lo económico aceptando abrir bares y restaurantes, aunque esta decisión implicase expandir el virus covid-19 y por tanto la mortalidad, ha basado su mandato en enfrentar a unos españoles con otros y en crear una falsa afrenta del Gobierno a los ciudadanos de Madrid. Negándose a debatir y a proponer soluciones a los problemas de los madrileños, repitiendo fases bobas y poniendo muecas que debe creer que son divertidas, la figura del catedrático Ángel Gabilondo se ha engrandecido gracias a ella. A partir de ahora Ayuso se enfrenta a un grave problema: tener que gobernar. Al menos para ella. Ya no podrá esconderse detrás de la figura de Pedro Sánchez como supuesto culpable de todos los males que afectan a los madrileños. Ahora tendrá que tomar decisiones y aprobar leyes, sobre todo con el fin del estado de alarma.

El principal damnificado de la victoria de Ayuso, con independencia de que aún no lo sepa, es Pablo Casado. Aunque el presidente del Partido Popular ha intentado que el triunfo de la lideresa madrileña sea visto como un triunfo del PP nacional, las decenas de medios de comunicación digitales y audiovisuales con sede en Madrid y financiación confusa que pueblan Madrid ya se están encarando de aclararle que la victoria ha sido de Ayuso y no de Casado ni de Teodoro García Egea. La silla de Casado comienza a moverse. A fin de cuentas, Casado no ha ganado nada. Ayuso sí.

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