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Joaquín Rábago

¿Envidia vacunal?

Vacunación

Es un nuevo concepto surgido en Alemania a raíz de la actual pandemia: envidia vacunal. Es lo que había hecho resistirse hasta ahora a los políticos germanos a devolverles a los ya inmunizados buena parte de las libertades perdidas.

Es una expresión que recoge ya el Duden, el diccionario de la lengua alemana, que la define como “el sentimiento o la actitud de alguien que no perdona el que otro individuo esté inmunizado como a él le gustaría estar ya”.

Tal vez no sea la más apropiada; acaso fuese mejor hablar de “sentimiento de injusticia” o de “agravio” en lugar de envidia.

Pues están, por un lado, los que, por la edad o la profesión que ejercen, han recibido ya su vacuna y está el resto, todavía muy mayoritario de la población, que no tiene aún ninguna.

Los primeros anhelaban poder moverse libremente, deseaban que se les abriesen cuanto antes los teatros y los cines para poder disfrutar de la cultura o de los ocios de lo, como el resto de la población, han estado privados durante largos meses.

Pero ¿cómo controlar, por otro lado, que el que entra en una tienda o un teatro está realmente inmunizado y no ha falsificado su documento vacunal?

Para las autoridades resultaba más fácil no provocar agravios comparativos y continuar con las obligaciones universales, como la de llevar la mascarilla en la calle, aunque no haya nadie alrededor.

Esto último, que ocurre en España, pero no, por ejemplo, en Alemania, choca con el sentido común, pues nos convierte en cierto modo a todos en menores de edad y puede hacernos dudar del fundamento de otras medidas, sin embargo, necesarias.

La intervención del Estado para recortar las libertades que garantiza la Constitución tiene que estar perfectamente justificada. Y no hay duda de que aquél puede recurrir a medidas extremas en determinados casos.

Pero deben ser siempre excepcionales, pues hay una tendencia natural de la autoridad a abusar de los estados de excepción o de alarma, como se ha visto, por ejemplo, en todas partes con motivo de la lucha antiterrorista.

Además, ahora se sabe bastante más del Covid-19 de lo que se sabía cuando estalló la pandemia. No parece que tengan sentido, por ejemplo, confinamientos tan duros, que tienen además muchos efectos, también de salud, no deseados.

El uso de las mascarillas siempre que no se pueda guardar la distancia de seguridad es algo que sigue siendo del todo razonable. Evitar las aglomeraciones y los lugares cerrados y no suficientemente ventilados, también.

Pero si una cosa ha puesto, por otro lado, en evidencia esta pandemia es cómo las diferentes condiciones de vida, las desigualdades socioeconómicas en el seno de una comunidad contribuyen a la morbilidad.

No es lo mismo estar confinado o tener que guardar cuarentena en una casa de amplias y bien ventiladas habitaciones que en un cuchitril donde hay que convivir con varias personas que viajan diariamente al trabajo en transportes atestados.

Estas últimas requieren protección especial, y eso es lo que no ha ocurrido nunca desde el principio. Como ha fallado también la atención primaria, cada vez más descuidada por una sociedad en exceso medicalizada.

Porque es ahí – en la industria farmacéutica, en las hospitalizaciones y en el sector privado- donde está el dinero. Lo vemos ahora con la resistencia de los laboratorios a liberar las patentes de sus vacunas, obtenidas gracias a fondos públicos, para ayudar al mundo en desarrollo a superar la pandemia.

¡Cuántos confinamientos y sobre todo cuántas decenas de miles de muertes habrían podido además evitarse con una buena prevención, con una buena atención sanitaria y con un sistema económico mucho más justo que el que tenemos!  

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