Inmersos en una pandemia a la que sigue sin verse el fin tras más de un año de muertes y restricciones. Asfixiados por una crisis económica sin precedentes. Y con el handicap de una clase política incapaz de alcanzar un consenso ni en una situación de alarma como la actual. En medio de este panorama tan desolador, decía, una noticia irrumpió ayer en la actualidad nacional con la fuerza de un ciclón: el exvicepresidente del Gobierno y exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, se había cortado la coleta, santo y seña del ya expolítico que surgió del 15-M y que fue incapaz de soportar el yugo de la gestión.
Un notición que se hizo hueco en las portadas de las ediciones digitales hasta de los medios considerados más serios y que removió el ya revuelto avispero de las redes sociales. Ni un rincón de nuestro universo mediático escapó al tsunami provocado por un simple golpe de tijera que ha transmutado la imagen del autoproclamado líder de la izquierda en la de uno de esos escolares de los años 60/70 fotografiados con un libro en la mano y el mapa de España como telón de fondo. Tremenda paradoja para quien del distanciamiento de la casta hizo su razón de ser y que ahora, para ofrecer su nuevo outfit, se sirve de un posado más propio de personaje de revista del corazón que de quien decía ser la voz de los desfavorecidos. Una instantánea que todos los medios corrimos a difundir como si se tratara de solomillo cuando en realidad es simple casquería.
¿Y todavía nos preguntamos por qué estamos en crisis? ¿Por qué no somos capaces de ilusionar a quienes en un tiempo nos leyeron y un buen día dejaron de hacerlo? O de comprarnos, que no es igual aunque a la postre viene a ser lo mismo. ¿En realidad son estas las noticias que demandan los lectores? Confieso que desconozco las respuestas aunque, por si acaso, estoy por ir pidiendo hora al peluquero de Iglesias.
