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Pilar Ruiz Costa

El 15M que nos queda

La Puerta del Sol en uno de los aniversarios del 15M.

Dicen que las comparaciones son odiosas. Desde luego, ahora que se cumplen diez años de que el movimiento 15M llenara la Puerta del Sol, el contraste de las imágenes de una marabunta clamando «¡Alcohol, alcohol! ¡Hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual!» sí lo es. A escasos kilómetros del jolgorio por el fin del estado de alarma, las UCIS se encuentran cerca del indicador de peligro extremo de ocupación, pero las ‘cañas y libertad’ de Ayuso han calado con garra en la sociedad madrileña convencida de que el fin de la pandemia se elige en las urnas. Poco importa que en solo dos meses de mandato de la reelegida presidenta hayan muerto 9.470 mayores que vivían en residencias madrileñas —7.291, sin recibir atención médica—. Los muertos ya no votan y los vivos están deseosos de pasar esta página negra de la historia.

Diez años y de aquel 15M ¿qué nos queda? El 15 de mayo de 2011 un numeroso grupo de protestantes ocupó primero Sol, pero rápidamente el magma se fue extendiendo a otras plazas españolas. El movimiento, pseudoespontáneo, era resultado del efecto dominó de otros levantamientos sociales que arrancaron con la Primavera Árabe y se fueron replicando en todo un planeta tocado y hundido en crisis económicas y humanitarias. Stéphane Hessel, uno de los redactores primigenios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con 93 años, dejaba como legado un grito que se convirtió en best seller: ‘¡Indignaos!’ Y el mundo, poco a poco, se fue indignando. Aquel 2011, la prestigiosa revista Time elegía a The Protester (El Indignado) Persona del Año.

En España, la gota que colmó el vaso fue la gestión de la crisis de 2008 cuando una gorda burbuja inmobiliaria nos estalló en los manos. En aquel entonces no hubo ERTES, ayuda a autónomos ni ingreso mínimo vital. Nadie garantizó el suministro eléctrico ni hubo suspensión de desahucios aunque, ahora, todas esta medidas nos parezcan insuficientes. No. Por aquellos nada lejanos días, en lugar de defender un ‘escudo social’, el Estado rescataba a los bancos mientras recortaba con la otra mano Sanidad y Educación. Nuestros jóvenes pasaron de ser JASP (jóvenes aunque sobradamente preparados), a NINI (ni estudian ni trabajan), y con una tasa de desempleo juvenil de un 41% comenzó la fuga de cerebros que desde el gobierno se justificaba con un «Los jóvenes emigran, no por desesperación, sino por un súbito ‘impulso aventurero». Las mareas: blanca, verde, naranja, granate… confluyeron en un gran tsunami. Acampadas, asambleas, colectivos de estudiantes, trabajadores, parados y pensionistas clamaban que la vivienda era un derecho y que había que defender la sanidad y la educación públicas, las pensiones y las ayudas sociales. Fue el despertar político de una sociedad cuya implicación se limitaba en ir a votar cada cuatro años. Fue un grito de ‘basta’, no a la política, sino a los políticos y partidos enquistados en casos de corrupción y a la mismísima familia real repleta de ‘casos aislados’.

Diez años y de aquel 15M ¿qué nos queda? Aquellos movimientos transformadores materializaron los llamados ‘Ayuntamientos del cambio’ en ciudades tan relevantes como Madrid o Barcelona. Quedó evidencia de que las coaliciones son una alternativa de gobierno viable y prueba de salud democrática. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca fue tan denostada dentro de España como alabada internacionalmente. Y no obstante, aquella onda del 15M, se fue diluyendo. La sustituyó aquella vieja —y peligrosa— sensación de que ya está todo hecho. Basta mirar diez años atrás en el tiempo para ver el innegable peso que aquel movimiento nacido de la indignación por la gestión de la crisis de 2008 ha tenido en la manera de afrontar esta. Y basta recordar algunas de las proclamas para comprobar si aún tienen vigencia: «Tanta gente sin casa; tantas casas sin gente», «Me queda demasiado mes a final de sueldo», «No hay pan para tanto chorizo», «Silencio, se privatiza», «La Sanidad no se vende; se defiende».

Mientras la corrupción esté en las costuras de las estructuras del Estado y nos hablen de izquierdas y derechas mientras barren de abajo arriba intocables y aforados; mientras sigamos desayunando entre imputados en banquillos en el telediario; mientras se siga privatizando al grito de libertad lo que en realidad son privilegios —los ancianos en residencias con seguro privado sí fueron trasladados a centros hospitalarios—; mientras haya un solo banquero engordando incentivos por despedir trabajadores sin devolver lo rescatado; mientras quede una sola vivienda social en manos de fondos buitre, llámenlo como quieran, pero nos hace falta un 15M… que dure todos los días del año.

Como cantaba Ismael Serrano en su ‘Papá, cuéntame otra vez’: «Fue muy dura la derrota. Todo lo que se soñaba se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas. Ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias. Pero tiene que llover… Aún sigue sucia la plaza».

@otropostdata

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